Por ahora, el sistema financiero ha empezado a compartir la importancia del yuan, que se aprecia en la misma proporción en que China ha comenzado a deshacerse de las reservas de moneda extranjera y de bonos estadounidenses. Dado el actual estado de cosas, la lógica sistémica llevaría a levantar un nuevo entramado financiero internacional apoyado en una bolsa de monedas en la que el dólar perdiera parte de su peso. A esto puede la superpotencia resistirse más o menos tiempo, pero tarde o temprano la tendencia “lógica” es a que primen las monedas ancladas a la energía y a la economía productiva.
Tanto la una como la otra ya no están en el Eje Anglosajón. Sino en Asia, y sobre todo en el Eje chino-ruso.
Este está intentando construir otra globalización, que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la rapiña de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, “paraísos fiscales” y capital ficticio, proporcione un entramado energético-productivo, multipolar. Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante una nueva “Ruta de la Seda”. En ella se incluye la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia, pero también Brasil-Argentina y la Unasur-Celac, Sudáfrica y la Unión Africana. Una red con moneda internacional centrada en el yuan y la canasta de monedas BRICS, con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, un plan de infraestructura y desarrollo que muy pronto llegará a Inglaterra con un tren de mercancías de alta velocidad.
La resistencia a ese escenario puede acarrear el intento de implantación de un nuevo telón de acero por parte de EE.UU. contra China. Hasta ahora la facción globalista financiera del poder estadounidense ha mantenido una “entente cordiale” con China debido precisamente al entramado financiero que le une a ella. Mientras que enfrentaba a Rusia para arrebatarla su poderío energético (...) asediándola económicamente y empujando a la OTAN a las mismas puertas de su casa.
Pero la subida de Trump significa que la facción “nacionalista”, de imperialismo clásico, ha asumido temporal y parcialmente el relevo de poder, para intentar volver a cierta economía productiva (...)
Sin embargo, las cosas no se le presentan fáciles a este bloque de poder. Un aumento del gasto público en infraestructura y en revertir la deslocalización empresarial, requerirá una mayor demanda de materias primas y la competencia con China por su procura. Lo cual provocará la subida de los precios de las materias primas y la energía. Esto, a su vez, pondrá en serios aprietos a la economía estadounidense, dado que sus reservas de oro parecen ser muy escasas (aunque hace tiempo que contraviniendo todos los acuerdos internacionales, la FED no da noticia de las mismas) y la credibilidad del dólar puede caer en picado (...)
Con respecto a la credibilidad del dólar, la economía estadounidense está en una coyuntura de doble negatividad. El proyecto reindustrializador requiere de aumentos de la tasa de interés del dinero para atraer las inversiones extranjeras. Eso haría subir el dólar. Pero rompe la economía doméstica (en un país en el que las hipotecas afectan al 80% del valor de las propiedades): la deuda de los hogares y la deuda pública se hacen impagables. Un dólar fuerte permitiría disponer de dinero para inversiones, pero no para exportarlas. ¿Significaría esto mayor aislamiento norteamericano? (...)
Pero sin EE.UU. como principal comprador planetario, el sistema mundial capitalista queda gravemente herido.
De hecho, los monstruosos niveles de deuda que mantiene sólo son posibles dado aquel papel del dólar, el cual a su vez sólo es viable por el poderío militar estadounidense.
Dólar fuerte – dólar débil. Ahí se juega la partida, en suma (...)
Ha sido EE.UU. quien ha lanzado la «guerra contra el terrorismo» desde hace más de dos décadas, y con ella ha arruinado países y destrozado sociedades enteras: Afganistán, Somalia, Irak, Libia, Siria… (Además, esa especial guerra perdura y se extiende hoy por más de 60 países, principalmente a través de operaciones secretas...) Es su estrategia para devastar territorios, hacerlos ingobernables, y así parar la construcción del entramado energético-productivo que pretende China (con el apoyo ruso). Porque el gigante asiático está intentando lanzar una suerte de keynesianismo global, vía grandes inversiones, para proveer de las herramientas infraestructurales adecuadas a las redes comerciales globales o regionales que necesita para prosperar (...)
¿Para qué querrían China o Rusia, en estas condiciones, destruir territorios, sobre qué bases se sustentaría su interés por la guerra, si lo que precisan son mercados e integraciones regionales? Lo que está haciendo EE.UU., hasta ahora, en cambio, es prueba evidente de lo contrario"
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