Dos sabios, Maimónides, judío, y Averroes, musulmán, nacieron casi al mismo tiempo, en Córdoba, en el siglo doce, y fueron caminantes de los mismos caminos.
Los dos fueron médicos.
El sultán de Egipto fue paciente de Maimónides y Averroes cuidó la salud del califa de Córdoba, sin olvidar jamás que, según escribió, la mayoría de las muertes ocurre por causa de la medicina.
Los dos fueron, también, juristas.
Maimónides ordenó la ley hebrea, hasta entonces dispersa, y dio coherencia y unidad a los muchos escritos de los rabinos que se habían ocupado del tema.
Averroes fue la máxima autoridad judicial de toda la Andalucía musulmana y sus sentencias sentaron jurisprudencia, durante siglos, en el derecho islámico.
Maimónides escribió la «Guía de perplejos», para ayudar a los judíos, que habían descubierto la filosofía griega gracias a las traducciones árabes, a superar la contradicción entre la razón y la fe.
Esa contradicción condenó a Averroes. Los fundamentalistas lo acusaron de poner la razón humana por encima de la revelación divina. Para colmo, él se negaba a limitar el ejercicio de la razón a la mitad masculina de la humanidad, y decía que en algunas naciones islámicas las mujeres parecían vegetales. Pagó pena de exilio.
Ninguno de los dos murió en la ciudad donde había nacido. Maimónides en El Cairo, Averroes en Marrakech.
Una mula llevó a Averroes de vuelta a Córdoba. La mula cargó su cuerpo y sus libros prohibidos"
Cuando el triunfante poder católico invadió la mezquita de Córdoba, rompió la mitad de las mil columnas que tenía y la llenó de santos sufrientes. Catedral de Córdoba es, ahora, su nombre oficial, pero nadie la llama así.
Es la Mezquita. Este bosque de columnas de piedra, las columnas que sobrevivieron, sigue siendo un templo musulmán, aunque estén prohibidas las plegarias a Alá.
En el centro ceremonial, en el espacio sagrado, hay una gran piedra desnuda.
Los curas la dejaron estar.
Creyeron que era muda"
Allá por el mil seiscientos y algo, el escultor Luis de la Peña quiso esculpir la luz. En su taller, en una callecita de Granada, se pasó la vida queriendo, y no pudiendo.
Nunca se le ocurrió alzar la mirada. Allá en lo alto de la colina de tierra roja, otros artistas habían esculpido la luz, y el agua también.
La Alhambra no es una escultura quieta. Respira y juega los juegos del agua y de la luz, que se divierten encontrándose: luz viva, agua que viaja"
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