El filósofo Santiago Alba:
"En definitiva, la piedad, eleo, y la justicia, diké, han luchado durante siglos para establecer en el mundo un poco de derecho. A veces se ha hecho mal y a veces muy mal. Hoy, en una situación de crisis en la que no somos capaces ya de responder a las tres preguntas en torno a las cuales se han organizado siempre las luchas colectivas (¿qué significan las palabras? ¿quién tiene el poder? ¿cuánto tiempo nos queda?) ni Eleo ni Diké tienen buena prensa. El amor es vano e impotente (“buenista”, se dice); los principios aristocráticos o cínicos. Así que acudimos a una “tercera vía” que en realidad es la “primera”: no vamos sino que volvemos; volvemos –es decir– a un mundo pre-socrático y pre-cristiano en el que lo normal y comprensible es rechazar o temer a los heridos desconocidos (¡pero todos los heridos –cuidado– tarde o temprano se convierten en desconocidos!); y en el que lo natural y lo sensato es que la “verdad” la digan los “griegos” o los “judíos” o los “gallegos”. Los oyentes de Jesús, nos dice Illich, se identificaban con el sacerdote y el levita que pasaron de largo; y para sus adentros maldecían sin duda al samaritano: “¿pero tú por qué coño te metes a salvar a un desconocido?”. Los oyentes de Sócrates, por su parte, se identificaban con Cleon y Diodoto, que discutían sobre la “conveniencia” o no de matar a mucha gente, y también maldecían, para sus adentros y para sus afueras, al filósofo: ¿pero por qué coño no te ocupas de tu gente?”. ¡Era el sentido común de la época! Como no se me ocurre otra manera de nombrar hoy a ese regreso, con muchas dudas sobre el uso (no sobre el fenómeno) lo llamaré “fascismo”(...)
El problema es que Benoist y, sobre todo, Fusaro reducen esa decencia común al malestar de los oyentes enfadados de Jesús y de Sócrates, a su irritación justamente reaccionaria, a la defensa de las palabras antiguas (cuando aún conocíamos su significado), a la solidaridad étnica e identitaria, olvidando que Eleo y Diké forman también parte de nuestra tradición; forman también parte de nuestra identidad europea. El problema, sin duda, es que la izquierda ha abandonado a la gente común; pero el problema mayor es que la ha abandonado en manos de la derecha, que desprecia el amor a los desconocidos como “buenista” y la fidelidad a los principios como “cosmopolita”. Pero el amor a los desconocidos es civilización; y la fidelidad a los principios es Derecho.
La civilización y el derecho forman parte también, sí, de esa tradición, alojada en la decencia común de nuestros antepasados, que hay que conservar. Contra el elitismo obrerista, contra el elitismo cosmopolita, pero también contra el elitismo anti-élites de los intelectuales anti-izquierdistas, la izquierda debe encontrar ese lugar del “pueblo” donde se reúnen el amor según Illich, los principios de Sócrates y el sentido común general europeo. ¿No existe ese lugar? Existe. Es un barco que se llama Sea Watch 3. Existe. Lo representa una persona concreta de nombre Carola Rackete, capitana del barco, quien hace unos días declaró: “He podido frecuentar tres universidades, soy blanca, alemana, nacida en un país rico y con el pasaporte adecuado. Cuando me di cuenta sentí una necesidad moral: ayudar a quien no tenía las mismas oportunidades”. No se me ocurre mejor manera de definir a una persona conservadora; ni de justificar mejor una decisión difícil en nombre de una tradición. Es el viejo amor según Illich: Rackete eligió libremente sus prójimos en el rostro de cuarenta náufragos desconocidos, al margen de sus respectivas “tribus” y culturas. Es también la ética según Sócrates: decidió libremente aplicar el principio de que siempre es preferible sufrir una injusticia que cometerla.
No nos confundamos: esto es una guerra de tradiciones y de conservadurismos; y la disputa de un sentido común en estado de “guerra civil”. No se puede abandonar el sentido común en manos de la ultraderecha porque la ultraderecha escogerá siempre, junto a bastidores tangibles compartidos, los peores materiales de desecho. Salvini, que exhibe sin cesar su superioridad europea y que no deja de reivindicar la “raíz judeo-cristiana” de Europa, desprecia a Jesús y a Sócrates, los dos pilares de nuestra cultura. Lo mismo el provocativo Diego Fusaro, autor de algunos brillantes batiburrillos, cuya indecencia incomún ha llegado al extremo de justificar la detención de la capitana del Sea Watch con este tuit que copio a continuación y que era el móvil, en realidad, de esta larga reflexión: “Generación Erasmus, rasta en el pelo, odio al pueblo, nihilismo hedonista, neoprogresismo liberal, fucsia y arcoiris. Una juventud sin esperanza”. Cualquier palabra, en efecto, se puede asociar a cualquier significado; esto sí es postmodernidad neoliberal. ¡Nihilismo hedonista! ¡Ningún pueblo viejo y honrado permitiría que se dijera eso de sus héroes y de sus santos! En defensa de los fariseos y los levitas, de Cleon y Diodoto, contra el papa Francisco y la Europa democrática, Salvini y Fusaro –el mamporrero y el intelectual– arremeten contra esta joven europea valiente que ha reunido en un solo gesto todo aquello que los conservadores como yo queremos proteger: la opción preferencial por los otros, la defensa de los principios trabajosamente establecidos en nuestros marcos de Derecho, una tradición de 2.500 años que hoy vuelve a estar amenazada por los pre-cristianos y los pre-socráticos. No podemos entregar –no– el sentido común general a estos canallas"
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