Noam Chomsky:
"Irán ha sido culpable del delito de desafío exitoso desde el levantamiento de 1979 que depuso al tirano que EE UU había instalado en el golpe de 1953 que, con ayuda de los británicos, destruyó el sistema parlamentario y restauró la obediencia. La opinión liberal dio la bienvenida al logro. Como el New York Times explicaba en 1954, gracias al posterior acuerdo entre Irán y las petroleras extranjeras, “los países subdesarrollados con ricos recursos ahora tienen una lección objetiva en el fuerte coste que se debe pagar por uno de ellos que se enloquezca con nacionalismo fanático”. El artículo continúa para afirmar: “Quizás sea demasiado esperar que la experiencia de Irán impedirá el ascenso de Mossadeghs en otros países, pero esa experiencia al menos puede fortalecer a líderes más razonables y clarividentes”.
Poco ha cambiado desde entonces. Por poner otro ejemplo más reciente, Hugo Chávez pasó de chico malo tolerado a peligroso criminal cuando animó a la OPEP a elevar los precios del petróleo en beneficio del sur global, la gente equivocada. Poco después, su gobierno fue derrocado por un golpe militar, a quien dio la bienvenida la voz principal del periodismo liberal. Los editores del Times se regocijaron en que “la democracia venezolana ya no está amenazada por un dictador en potencia”, el “ruinoso demagogo” Hugo Chávez, “después de que el Ejército interviniera y entregara el poder a un respetado líder empresarial, Pedro Carmona” —quien rápidamente disolvió la Asamblea Nacional, suspendió la Constitución y desmanteló el Tribunal Supremo— pero, desgraciadamente, fue derrocado en unos días por un levantamiento popular, obligando a Washington a recurrir a otros medios para matar el virus.
La búsqueda de supremacía
Una vez que el “desafío exitoso” iraní quedó finalizado, y el “lúcido” shah fue instalado en el poder de forma segura, Irán se volvió un pilar del control estadounidense de Oriente Medio, junto a Arabia Saudí y el Israel post-1967, que estaba estrechamente aliado con el Irán del shah, aunque no formalmente. Israel también tenía intereses compartidos con Arabia Saudí, una relación que ahora se está haciendo más evidente ya que el Gobierno de Trump supervisa una alianza de Estados reaccionarios de Oriente Medio como base para el poder de EE UU en la región.
El control del estratégicamente importante Oriente Medio, con sus enormes y fácilmente accesibles reservas de petróleo, ha sido un eje central desde que EE UU ganó la posición de hegemón global tras la II Guerra Mundial. Las razones son conocidas. El Departamento de Estado reconoció que Arabia Saudí es “una estupenda fuente de poder estratégico” y “uno de los mayores premios materiales en la historia del mundo”. Eisenhower lo describió como la más “importante parte del mundo a nivel estratégico”. El control del petróleo de Oriente Medio produce “control sustancial del mundo” y “fuerza crítica” sobre los rivales industriales, como han entendido influyentes hombres de Estado desde el consejero de Roosevelt A. A. Berle hasta Zbigniew Brzezinski.
Estos principios se aplican de forma bastante independiente del acceso de EE UU a los recursos de la región que, de hecho, no ha sido de crucial importancia. Durante buena parte de este período EE UU fue un productor principal de combustibles fósiles, como de nuevo es hoy. Pero los principios siguen siendo los mismos, y son reforzados por otros factores, entre ellos la insaciable demanda de equipamiento militar por parte de las dictaduras del petróleo y el acuerdo saudí para apoyar el dólar como divisa global, permitiendo grandes ventajas a EE UU.
El corresponsal en Oriente Medio Tom Stevenson no exagera cuando escribe que “el dominio heredado de EE UU en el Golfo le ha dado un grado de fuerza tanto sobre rivales como aliados probablemente sin paragón en la historia del imperio… Es difícil sobrevalorar el papel del Golfo en la forma en que se dirige el mundo hoy”.
Es, entonces, comprensible por qué el desafío exitoso en la región no se puede tolerar.
Tras el derrocamiento de su cliente iraní, EE UU pasó a apoyar directamente la invasión de Irán por Saddam, condonando tácitamente su uso de armas químicas e interviniendo finalmente mediante la protección del transporte iraquí en el Golfo de la prohibición iraní, para asegurarse la sumisión de Irán. El grado de compromiso de Reagan con su amigo Saddam fue ilustrado gráficamente cuando misiles iraquíes alcanzaron el USS Stark, matando 37 tripulantes, suscitando un golpecito cariñoso en respuesta. Sólo Israel ha podido salirse con la suya con algo así (USS Liberty, 1967).
Cuando la guerra acabó, el presidente George H.W. Bush, el Pentágono y el Departamento de Energía invitaron a ingenieros iraquíes a EE UU para un entrenamiento avanzado en producción de armas, una amenaza existencial para Irán. Desde entonces, duras sanciones y ciberataques —un acto de agresión según la doctrina del Pentágono— se han empleado para castigar a los malhechores.
Amenaza para el orden mundial
Líderes políticos de todo el espectro advierten de que todas las opciones están abiertas respecto a atacar Irán —“contenerlo”, en la neolengua dominante—. Es irrelevante que “la amenaza o el uso de la fuerza” estén explícitamente prohibidos en la Carta de la ONU, el pilar del derecho internacional moderno.
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