Disfrutemos ahora de nuestros frutos de Eurovisión en lugar de fingir horrorizarnos con cada bebé gaseado o periodista acribillado: ningún europeo o americano, de futboleros a intelectuales, resulta ya creíble al respecto, por mucha tortícolis que nos torture el mirar siempre hacia otro lado.
(A mis alumnos de ayer y hoy)
Ilan Pappe, historiador israelí, Director del Centro Europeo de Estudios de Palestina en la Universidad de Exeter.
"Setenta años después de la creación del Estado de Israel ya no podemos hablar de conflicto israelí-palestino.
Los fundadores del Estado de Israel fueron principalmente personas que se establecieron en Palestina en el comienzo del siglo XX. Vinieron sobre todo de Europa del Este inspirados por ideologías nacionalistas románticas en auge en sus países de origen, decepcionados por su incapacidad para asimilarse a estos nuevos movimientos nacionalistas y entusiasmados por las perspectivas del colonialismo moderno.
Algunos eran antiguos miembros de movimientos socialistas que esperaban fusionar su nacionalismo romántico con experimentos socialistas en las nuevas colonias. Palestina no siempre fue su única opción pero se convirtió en la preferida cuando se hizo patente que encajaba bien con las estrategias del Imperio británico y la visión del mundo de los poderosos cristianos sionistas a ambos lados del Atlántico.
Desde la Declaración Balfour de 1917 y durante todo el período del Mandato británico de 1918-1948, los sionistas europeos comenzaron a construir la infraestructura para un futuro Estado con la ayuda del Imperio británico. Ahora sabemos que esos fundadores del Estado judío moderno eran conscientes de la presencia de una población nativa con aspiraciones propias y con su propia visión de futuro para su patria.
La solución a este “problema” –en lo que se refiere a los fundadores del sionismo– fue des-arabizar Palestina para facilitar la vía hacia el surgimiento del Estado judío moderno. Fueran socialistas, nacionalistas, religiosos o laicos, los dirigentes sionistas planearon el desalojo poblacional de Palestina desde la década de 1930.
Al final del Mandato británico los líderes sionistas tenían claro que lo que ellos imaginaban como un Estado democrático solo podría existir sobre la base de una presencia judía absoluta en su territorio.
Setenta años de limpieza étnica sostenida
Aunque oficialmente aceptaron la partición endorsada por la resolución 181 de 29 de noviembre de 1947 (sabiendo que sería rechazada por los palestinos y por el mundo árabe), la consideraron como un desastre porque preveía para el Estado judío casi la misma cantidad de palestinos que de judíos. Que esa resolución únicamente otorgara el 54% de Palestina al Estado judío lo consideraron igualmente insatisfactorio.
La respuesta sionista a ese reto fue embarcarse en una operación de limpieza étnica que expulsó a la mitad de la población de Palestina y demolió la mitad de sus pueblos y la mayoría de sus ciudades. La respuesta panárabe, insuficiente y tardía, no pudo evitar que el sionismo se apoderase del 78% de los territorios palestinos.
Sin embargo, estos “logros” no resolvieron el “problema de Palestina” para el recién fundado Estado de Israel. Al principio pareció manejable: la minoría palestina que quedó en el interior de Israel fue sometida a un severo gobierno militar y al mundo ni le preocupó ni cuestionó el alarde israelí de ser la única democracia de Oriente Próximo. Además, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se fundó en 1964 y tardaría en influir en la realidad sobre el terreno.
Entonces pareció que líderes del mundo árabe como Gamal Abdel Nasser irían al rescate de Palestina. Ese momento histórico de esperanza, sin embargo, fue breve. La derrota del ejército egipcio en la guerra de junio de 1967 y su éxito parcial en la guerra de octubre de 1973 disminuyeron el compromiso oficial egipcio con Palestina. Desde entonces ningún régimen árabe se ha interesado de verdad por el destino de Palestina a pesar de que las sociedades árabes lo han hecho suyo plenamente.
La guerra de junio de 1967 permitió a Israel hacerse con la totalidad de la Palestina del mandato pero eso solo profundizó el problema de colonización al que ya estaba haciendo frente: más territorio suponía más población nativa.
La guerra también transformó el núcleo de la dirección del Estado judío: el pragmático Partido Laborista fue reemplazado por los revisionistas de derechas y por los nacionalistas, menos preocupados por la imagen exterior de Israel. En cambio, estaban decididos a quedarse con los territorios ocupados como parte del Estado de Israel manteniendo la limpieza étnica de 1948 por otros medios: transfiriendo a la población local, enclaustrándola y despojándola de todo derecho civil y humano elemental y, al mismo tiempo, institucionalizando un nuevo marco legal para la minoría palestina del interior de Israel que perpetuase su estatuto como ciudadanos de segunda categoría.
La resistencia palestina en forma de dos intifadas y las protestas civiles dentro de Israel no han impedido que el Estado judío haya establecido a principios de este siglo un Estado judío de apartheid en toda la Palestina histórica. La resistencia palestina, ignorada por los países árabes y por el resto del mundo, han provocado acciones bárbaras y extremas de Israel que han menoscabado su condición moral ante el mundo.
Sin embargo, la “guerra contra el terrorismo” tras los ataques del 11-S, los amargos frutos de la invasión anglo-estadounidense de Iraq, y la Primavera Árabe permitieron a Israel mantener sus alianzas estratégicas con las élites políticas y económicas de Occidente y más allá (con China e India, e incluso Arabia Saudí).
Hasta ahora la ambigua situación internacional no ha debilitado la realidad económica de Israel. Se trata de un país con un alto desarrollo tecnológico y de economía neoliberal que ha afrontado bien la crisis de 2008 pero que cuenta con una de las mayores brechas en desigualdad y polarización entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Esta volátil realidad socioeconómica provocó en 2011 un movimiento de protesta popular, aunque resultó bastante ineficaz. Sin embargo, siguen latentes las condiciones para otra gran oleada de protestas que podría desencadenarse de producirse otro levantamiento palestino o una guerra como consecuencia de la imprudencia de la política del presidente de Estados Unidos, Donald Trump y del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Ambos están haciendo todo lo posible para arrastrar a Israel a una guerra con Irán y Hezbolá.
De la descolonización a la paz
Setenta años después de su creación, Israel es un Estado racista y de apartheid cuya opresión estructural de los palestinos sigue siendo el principal obstáculo para la paz y la reconciliación.
Es mucho lo que ha conseguido fusionando comunidades judías de todo el mundo en una nueva cultura hebrea y creando el ejército más fuerte de la región. Sin embargo, todos estos logros no han legitimado al Estado ante todo el mundo.
Paradójicamente, solo los palestinos podrían otorgarle plena legitimidad o aceptar como legítima la presencia de millones de colonos judíos mediante la solución de un solo Estado.
El proceso de paz reproducido y orquestado por Estados Unidos desde 1967 ignoró por completo la cuestión de la legitimidad israelí y la perspectiva palestina del conflicto. Esta indiferencia junto con las iniciativas diplomáticas que no cuestionaron la ideología sionista que conforma las actitudes de la mayoría de los judíos israelíes son las principales razones de su fracaso.
En 2018 ya no se puede hablar de conflicto árabe-israelí. Los regímenes árabes están dispuestos a establecer relaciones estratégicas con Israel a pesar de la objeción de su ciudadanía y, aunque todavía existe el riesgo de una guerra israelí con Irán, por el momento no parece que vaya a involucrar a ningún Estado árabe.
Desde nuestro punto de vista parece igualmente inútil seguir hablando de conflicto israelo-palestino. La terminología correcta para describir el estado actual de las cosas es la continuación de la colonización israelí de la Palestina histórica, o como lo llaman los palestinos “al Nakba al Mustamera” (la Nakba en desarrollo).
Por lo tanto, 70 años después hay que recurrir a un término que puede parecer obsoleto para describir lo que realmente puede traer paz y reconciliación a Israel y Palestina: descolonización. Cómo ocurra exactamente aún está por ver. Requeriría en primer lugar una posición palestina más precisa y unida sobre el desenlace político o la actualización del proyecto de liberación.
Tal proyecto contará con el apoyo de israelíes progresistas y de la comunidad internacional, que también tendrán que hacer su parte. Deben trabajar para la creación de una democracia para todos desde el río hasta el mar basada en la restitución de los derechos denegados a los palestinos en los últimos 70 años, el principal de los cuales es el derecho al retorno de los refugiados.
Este no es un plan a corto plazo y requeriría una presión sostenida sobre la sociedad israelí para que renuncie a sus privilegios y se enfrente a la verdad de que esta es la única forma de llevar la paz y la reconciliación a un país desgarrado desde dentro"
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