Daniel Bernabé:
"Junto a estos personajes también se solía retratar a King Kong encaramado al Empire State luchando contra los biplanos. Si hubo alguien que aterrorizó y fascinó a más de una mente juvenil ese fue el gigantesco simio, encarnación de lo salvaje, lo indómito, lo que se resiste a ser civilizado. Aunque sobre Kong se han hecho decenas de lecturas políticas y sociológicas, lo que parece claro es que está dentro de esos personajes nacidos como contrapeso al proyecto de la modernidad. Si Drácula es la nobleza centroeuropea que se resiste a sucumbir al maquinismo británico, Kong es el gorila que se enfrenta al poder estadounidense, que esta vez ya no se representa en el casaca roja sino en el director de cine. El imperio anglosajón permanece, pero su poder bélico se encubre con el del espectáculo.
Sin embargo hoy no vengo a hablarles de la criatura, sino de su morada, la Isla Calavera. Kong habita en un pedazo de tierra de situación indefinida, quizá al este de Sumatra, en el Océano Índico. Un lugar que permanece oculto por una espesa niebla perpetua, con algún tipo de alteración magnética que confunde a las brújulas, un sitio que se niega a aparecer en los mapas (...) Si una de las aspiraciones de la modernidad era la medición, la mesura, la cartografía, parece que, a modo de rebelión, había lugares que se resistían a ser ponderados.
Nuestro presente es un lugar muy parecido. Observen, antes de seguir, que contraponemos tiempo a espacio y no por una mera figura retórica.
Nuestro presente es más un lugar que un tiempo, en primer término porque se extiende como una mancha sobre el planeta. Aquellos que forman parte del capitalismo globalizado son presente, aquellos que quedan fuera del mismo quedan enajenados del tiempo (...) Nuestro presente es un no lugar puesto que intenta acapararlo todo y borrar aquello que se le escapa. Nosotros somos presente, quien se ahoga en el Mediterráneo es de algún sitio difuso, indefinido, perdido en el tiempo.
Por otro lado nuestro presente carece por completo de intención temporal (...) Vivimos un tiempo ahistórico, donde el pasado es tan solo materia para la industria de la nostalgia y el futuro es manufactura de imagen de síntesis. Ni podemos sacar conclusiones de nuestros antecedentes, ya envasados y comercializados en su versión conveniente para el orden, ni podemos imaginar libremente un futuro que no esté mediado por las imágenes creadas por la oligarquía corporativa. Nuestras esperanzas y recuerdos han sido colonizados por un algoritmo.
Efectivamente, sin darnos cuenta, hemos pasado a vivir en la Isla Calavera, un no lugar al margen del tiempo y el espacio, donde es imposible establecer relaciones de causalidad, trazar perspectivas, crear alternativas y dibujar los mapas donde situar nuestra posición (...)
El coronel Muamar el Gadafi fue el líder libio que gobernó su país desde 1969 a 2011. En términos personales, Gadafi, junto con el ayatolá Jomeini, fueron los malos oficiales de los niños occidentales en los ochenta. Si el iraní era la severidad religiosa, las cejas negras sobre una mirada de profundidad rigorista, Gadafi era el rocanrol de las revoluciones árabes de los setenta: sonrisa luminosa, barba perenne de tres días, gafas de aviador y camisa desabrochada hasta el pecho (...)
Sin embargo, apenas unos años después, sucedió un hecho asombroso. Aquel dictador, sátrapa, terrorista y criminal, de repente pasó a ser líder, presidente y coronel. Prestigiosos periódicos como El País y The Guardian publicaron artículos de Anthony Giddens –el paganini del New Labour– en los que trazaba un paralelismo entre el modelo libio y el socioliberalismo europeo. En 2007, en lo que nos toca –pregunten en Francia sobre Sarkozy, la cosa se complica– Gadafi vino a España, ya convertido en dirigente respetable que regalaba caballos y que decía que dormía en su jaima oficial. Se retrató con todos, con Gallardón, Zapatero y los monarcas. En 2009, en la cumbre del G8 en L’Aquila, la foto fue con Obama. Los informativos comentaban simpáticos sus peculiaridades, la contraportada de la prensa deportiva resaltaba la belleza de su guardia femenina personal.
Un par de años después, en 2011, Libia empezó a arder y Gadafi pasó, en una nueva pirueta lingüística, de estadista respetable a déspota sanguinario en lo que se tarda en escribir un titular. Las causas de aquella guerra, a la que se puede llamar de todo menos civil, no nos competen. Algo salió mal, alguien, muy por encima del ámbito regional –que es como en geopolítica se denominan a áreas tan grandes como el Mediterráneo– debió pensar que era el momento de desembarazarse de aquel coronel. A algunos les pilló con el pie cambiado, tanto que Aznar trabajó para Abengoa a ver qué se podía rascar en el país norteafricano (...)
Visto todo esto, siendo ya Gadafi una sombra histórica, estando hoy Libia arrasada y dividida, cabe preguntarse cómo alguien se atreve a hablar de posverdad cuando en la Isla Calavera la gran prensa es capaz de contradecirse las veces que haga falta para que el negocio quede a salvo. O aún peor. Cuando nadie parece notarlo, cuando los cambios bruscos de guion, inaceptables en cualquier ficción, son tolerados con mansedumbre por un público que es incapaz ya ni de saber de dónde venimos ni mucho menos a dónde vamos.
King Kong palidece como criatura temible ante eso llamado actualidad, que no es lo que sucede en lo inmediato, sino la asesina de cualquier contexto, la amnesia de lo incoherente, el hormigón de lo pautado. No se pregunten por qué nada parece ya tener consecuencias, sino por qué somos incapaces de encontrar una sola de las causas"
https://www.lamarea.com/2018/05/02/gadafi-y-la-isla-calavera/
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