"De un tiempo acá, y en acelerada progresión, se vienen produciendo en ámbitos judiciales, gubernativos, ciudadanos y culturales decisiones y posicionamientos impensables hace menos de una década. La fina pátina que sobre el franquismo puso la Transición, empieza a desconcharse permitiendo atisbar el despertar del monstruo que el consenso hibernó. Pero no caigamos en la tentación de hacer recaer sobre la figura personal del dictador la responsabilidad única de un régimen asentado sobre sangre y persecución.
La Historia de España nos ilustra sobre algunas cuestiones que nos evitarán caer en simplezas y lugares comunes. Franco no inventó nada. Su Movimiento Nacional no fue otra cosa que la amalgama y sistematización de los contenidos de tres realidades históricas.
En primer lugar la Contrarreforma Católica (siglos XVI y XVII) que consolidó la simbiosis entre el trono y el altar junto con la ausencia de sentido cívico ciudadano en beneficio de una religiosidad de prácticas externas de oropel. La segunda, la institucionalización con Fernando VII del rechazo a usar la razón en los ámbitos de la vida, tanto privados como públicos; el casticismo, el misoneísmo y la persecución política extrema. La tercera ha sido la inmutable estructura de la propiedad como base de la también inmutable estructura del poder.
Este hábitat se ha cohesionado aún más cuando ha creído que su estatus social y la modorra mental en la que se ha instalado, corrían peligro. La tendencia hacia lo inercial y hacia la comodidad del no pensamiento, constituyen la base del franquismo sociológico de actividades culturales, fiestas patronales y discursos de cargos públicos. Incluso de muchos que se declaran de izquierdas. España, como decía Pierre Vilar, lucha siempre contra su pasado. Un pasado plagado de victimarios y víctimas por el nefando delito de ser librepensadores, reformistas, demócratas y demás especímenes que han incurrido en la funesta manía de pensar por su cuenta"
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