El hipermediático Trump entendió perfectamente que necesitaba un gesto de fuerza para disipar el cerco mediático en casa promovido por los Demócratas de Obama-Clinton y agencias estatales a su servicio que le vincula a Rusia, y que tanto daño le está haciendo. Estratégicamente impecable. Y cuando se tiene delante el gusto por las armas químicas resulta más fácil. La desregulación financiera mortal que está llevando a cabo, en cambio, ha gozado de la complicidad de todos los medios para eclipsarla. Bueno, y que a él y a su hija les preocupan mucho los niños gaseados, como nos han contado los medios, típica sensibilidad de presidente de los EEUU, que ha bombardeado tantas veces a la Israel del fósforo blanco, por ejemplo.
"En esos años, buena parte de los estadounidenses ha sido convencida de que el secretismo es un aspecto fundamental de la seguridad nacional; que lo que sepamos acabará haciéndonos daño; y que la ignorancia del funcionamiento de nuestro propio Estado –sumido hoy en la penumbra del secretismo– nos protege del “terror”. En otras palabras: el conocimiento es peligroso y la ignorancia, seguridad. Sin embargo, tan orwelliano como puede sonar, esto se ha convertido en lo normal en el Estados Unidos del siglo XXI.
Que el gobierno deba tener el poder de vigilarnos en estos momentos es apenas un dato de la realidad; que nosotros debamos tener el poder de vigilar (o simplemente controlar) a nuestro propio gobierno es un lujo de otros tiempos. Esto ha demostrado ser una fórmula eficaz para arribar a la desmovilización que define a esta época, aunque encaje bastante mal con cualquier descripción normal del funcionamiento de una democracia o con la hoy excesivamente anticuada creencia de que una sociedad informada (en contraposición a una sociedad no informada, o incluso desinformada) es decisiva para el funcionamiento de tal gobierno.
Por otra parte, mientras los más altos funcionarios de la administración Bush lanzaban su Guerra Global Contra el Terror después del 11-S, seguían obsesionados por los recuerdos de la movilización por Vietnam. Ansiaban unas guerras en las que no hubiera periodistas curiosos, ni horribles recuentos de bajas, ni bolsas con cadáveres volviendo a casa que provocarían manifestaciones ciudadanas. En su mente, para el público estadounidense solo habría dos papeles disponibles. El primero respondía a la memorable exhortación del presidente George W. Bush: “Ir a Disney World, en Florida, con vuestra familia y disfrutar de la vida del modo que nosotros queremos que se disfrute” –en otras palabras, ir a comprar al centro comercial–. El segundo, era agradecer eternamente y elogiar a los “guerreros” estadounidenses por sus hazañas y sacrificio. Para mejor o para peor (invariablemente, acabaría siendo para peor), sus guerras debían ser sin pueblo y libradas en tierras remotas, de modo que no alteraran la vida de Estados Unidos, otra fantasía de nuestra época.
La cobertura mediática de estas guerras debía ser cuidadosamente controlada: periodistas “incrustados” en las unidades militares; las bajas (estadounidenses) mantenidas en el menor número posible; y las propias acciones militares realizadas en secreto, “inteligentes” y cada vez más robóticas (de ahí, los drones) con la muerte centrada exclusivamente en el enemigo. En resumen, la guerra “a la americana” debía transformarse en algo inimaginablemente aséptico y distante (es decir, si uno vive a miles de kilómetros de ella y puede comprar a lo loco). Además, el recuerdo de los ataques del 11-S ayudó a hacer potable cualquier cosa que Estados Unidos hiciera a partir de entonces.
En esos años, la consecuencia en casa sería una época de desmovilización. La única excepción –tal vez sea la que algún día intrigue a los historiadores– serían los pocos meses anteriores a la invasión de Iraq por parte de la administración Bush, cuando cientos de miles de estadounidenses (millones, en el mundo) de repente salieron a la calle para manifestarse una y otra vez (...)
Aún está por verse si acaso en el Estados Unidos de Trump, con esa sensación de pérdida de vigor de la desmovilización, la política guerrera estadounidense y la de privilegiar a las fuerzas armadas volvieran a convertirse en el blanco de la movilización popular. ¿O acaso Donald Trump y sus generales de teflón tendrán las manos libres para hacer lo que se les antoje en el extranjero, pase lo que pase en casa?
En muchos sentidos, desde su fundación Estados Unidos ha sido una nación hecha por las guerras. En este siglo, la pregunta es: ¿podrían su ciudadanía y su forma de gobierno ser deshechas por ellas?"
"Junto a este poderoso cohete y muchas otras innovaciones de carácter propiamente militar, el sistema televisivo de Russia Today se incluye entre los más eficaces ingenios del arsenal ruso.
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