EL NIÑO YUNTERO (MIGUEL HERNÁNDEZ/SERRAT. IMÁGENES DE MONTXO ARMENDÁRIZ
se sumergen en el mar de Java, buscando perlas;
persiguen diamantes en las minas del Congo;
son topos en las galerías de las minas del Perú, imprescindibles por su corta estatura y cuando sus pulmones no dan más, van a parar a los cementerios clandestinos;
cosechan café en Colombia y en Tanzania, y se envenenan con los pesticidas;
se envenenan con los pesticidas en las plantaciones de algodón de Guatemala y en las bananeras de Honduras;
en Malasia recogen la leche de los árboles del caucho, en jornadas de trabajo que se extienden de estrella a estrella;
tienden vías de ferrocarril en Birmania;
al norte de la India se derriten en los hornos de vidrio, y al sur en los hornos de ladrillos;
en Bangladesh, desempeñan más de trescientas ocupaciones diferentes, con salarios que oscilan entre la nada y la casi nada por cada día de nunca acabar;
corren carreras de camellos para los emires árabes y son jinetes pastores en las estancias del río de la Plata;
en Port-au-Prince, Colombo, Jakarta o Recife sirven la mesa del amo, a cambio del derecho de comer lo que de la mesa cae;
venden fruta en los mercados de Bogotá y venden chicles en los autobuses de San Pablo;
limpian parabrisas en las esquinas de Lima, Quito o San Salvador; lustran zapatos en las calles de Caracas o Guanajuato;
cosen ropa en Tailandia y cosen zapatos de fútbol en vietnam;
cosen pelotas de fútbol en Pakistán y pelotas de béisbol en Honduras y Haití;
para pagar las deudas de sus padres, recogen té o tabaco en las plantaciones de Sri Lanka y cosechan jazmines, en Egipto, con destino a la perfumería francesa;
alquilados por sus padres, tejen alfombras en Irán, Nepal y en la India, desde antes del amanecer hasta pasada la medianoche, y cuando alguien llega a rescatarlos, preguntan:
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