Puntualicemos que la trampa no radica en el eje derecha-izquierda sino en la desigualdad de relaciones y fuerzas entre ambas. Lo ilustra un tripartito neoliberal al mando de los instrumentos del Estado frente a las castigadas y marginalizadas corrientes socialdemócratas del cambio.
Brais Fernández:
"Desde algunos análisis se ha apuntado que, a corto plazo, la victoria de Casado puede ser una buena noticia para el PSOE de Pedro Sánchez. Dentro de está dinámica que busca rehacer el turnismo en tiempos de inestabilidad, la tendencia de Casado a la sobreactuación derechista puede generar el efecto óptico de que el gobierno neoliberal-progresista (por usar la afortunada expresión de Nancy Fraser) está más a la izquierda de lo que realmente está. Pero los problemas para su proyecto de estabilización del régimen por la izquierda podrían venir de otro lado.
Decía un sabio griego llamado Poulantzas que una de las características fundamentales del Estado capitalista contemporáneo es su capacidad para enviar discursos en varias direcciones diferentes, pero conservando el orden unitario dominante. En esto se basa precisamente el arte de gobernar en momentos de recomposición: se trata de generar la ficción de que el gobierno tiene en cuenta a múltiples sectores sociales, con una política de reformas compartimentada, pero descartando cualquier tipo de proyecto político que toque los núcleos centrales en torno a los cuales se organiza el sistema político, económico y cultural. Así pues, el gobierno de Sánchez se ha dirigido a las mujeres, a las clases trabajadoras, a los sectores de clase media con conciencia humanitaria, a la izquierda civil de tradición republicana y a la ciudadanía catalana. Ha presentado una batería de guiños para cada uno de esos sectores, delimitando de forma inteligente la profundidad de cada medida: se trata de contentar a los sectores de clase media de cada fracción social, con medidas superficiales pero necesarias, saludables pero que dejan al margen a amplios sectores de las clases populares, que ven como el progresismo neoliberal institucionaliza desde el gobierno la normalización de su exclusión del sistema.
Esta política de gobernanza progresista tiene las patas más cortas de lo que parece. Solo se puede articular si la economía crece y subsisten ciertas expectativas (más que riqueza en un sentido real) que repartir. Cualquier dato de paro negativo o cualquier proceso de reclamación salarial fuerte puede provocar una crisis que podría ser mortal en un gobierno que aspira a organizar un reparto de concesiones sociales variado y superficial, pero que no tiene ningún tipo de margen para controlar los desarrollos de un ciclo económico inestable y volátil.
Porque, a pesar de los equilibrios discursivos y de la distribución de concesiones, toda política progre necesita una base social estable, mediada a través del Estado. A finales de los 80, esa base social se construyó a través del sueño europeo y las becas Erasmus; en los 2000, a través del boom inmobiliario: a día de hoy, el progresismo-neoliberal de Pedro Sánchez tiene pocas bases materiales a las cual aferrarse. La mitología de las clases medias puede organizarse en torno a algunas fracciones de profesionales que buscan el ascenso social a través de la renovación generacional (periodistas y políticos parecen estar a la vanguardia), pero en ningún caso en torno a un proyecto universal apoyado en la extensión de la seguridad estatal a amplios sectores de las clases trabajadoras y populares.
La izquierda post-15M: entre el agotamiento y nuevas reinvenciones
En un contexto global en el que proceso de precarización de las sociedades occidentales parece inexorable, el progresismo neoliberal siempre acaba apareciendo como impotente frente a la exclusión de millones de personas. Frente a la combinación de corporativismo burocrático, pesadez intelectual y patética sumisión al capital financiero que encarna el PSOE, parece increíble que tanto Podemos y como el resto de la izquierda parlamentaria hayan apostado con tanta fe por la carta del “cogobierno de progreso”. De cualquier modo, podemos apuntar algunas explicaciones, sin duda parciales, si combinamos ciertas dinámicas sociales con las decisiones tácticas por las que ha apostado la dirección de Podemos en los últimos años.
El giro hacia el gobernismo progresista no se puede entender sin relacionarlo íntimamente con el alejamiento del horizonte constituyente sostenido por las bases sociales que protagonizaron el 15M. Esto es, la vuelta al eje izquierda-derecha como factor divisivo de la política, solo que ahora protagonizado por cuatro partidos. En este caso, el liderazgo del PSOE en el incipiente bloque progresista (bajo hegemonía neoliberal) se traduce en una mutación de Podemos y sus fuerzas aliadas, que podrían pasar de ser la vanguardia de un ejército que iba a asaltar los cielos a una muleta de izquierdas (…)
La espiral de impotencia en la que se ha instalado Podemos puede racionalizarse, como hace Errejón, o vivirse con cierta rabia, como ocurre en los sectores más izquierdistas del pablismo pero, al fin y al cabo, el resultado es el mismo: colocar a la fuerza política surgida del 15M en la posición de muleta de izquierdas del bloque progresista. Una clase magistral de hegemonía dictada por el viejo moribundo y renacido Partido Socialista a los jóvenes y ambiciosos politólogos.
Sin embargo, hay sectores de las izquierdas que empiezan a apuntar en otra dirección, que trata de salvar lo mejor del ciclo 15M y que, a la vez, pone nuevos cimientos para poder avanzar en ulteriores escenarios. La propuesta de confluencia impulsada por Teresa Rodríguez (Podemos) y Antonio Maíllo (IU) en Andalucía (Adelante Andalucía) es un intento de romper con esa inercia hacia la impotencia subalterna a la que parecen condenadas las fuerzas del cambio. El reto es mayúsculo y no está exento de problemas. Con un discurso dinámico que busca recuperar los grandes ejes constituyentes del ciclo social y un programa fuerte al estilo Jeremy Corbyn, adaptado a la realidad andaluza, no deberíamos ocultar el hecho de que, a pesar de la esperanza que supone su andadura, la confluencia andaluza se enfrentará a los mismos problemas que sobredeterminan el panorama político. Porque no deberíamos medir el éxito o el fracaso de la confluencia andaluza tan sólo por su resultado electoral, sino que también deberíamos exigirle ser capaz de materializar la confluencia por abajo, agregando nuevos sectores y dando protagonismo a las luchas, a la clase trabajadora olvidada por la política de las clases medías. En definitiva, debemos esperar, ni más ni menos, que sean capaces de ir verificando en la práctica la tesis política que subyace tras la confluencia andaluza: esto es, que la degeneración electoralista, autoritaria y estrecha de miras de la nueva política no es inevitable y que, en consecuencia, hay un camino alternativo que es posible recorrer.
Para ello no podrá contar con la dirección estatal de Podemos, cuyo único objetivo para 2019 parece ser frenar los procesos de confluencia y la autonomía de los territorios. Los métodos utilizados por la dirección estatal de Podemos en Andalucía, basados en el patriotismo de siglas y en tratar de desacreditar a Teresa Rodríguez, no han tenido más efecto que una contundente victoria de quienes defienden la confluencia en las primarias"
No hay comentarios:
Publicar un comentario