Aplíquese actualmente a la anorexia, un tipo de autodestructividad ligada a las exigencias de un estricto canon social sobre la integración adolescente, como al TDH y similares, ligadas estrechamente al expansivo negocio farmacéutico en torno al canon de integración infantil. El texto canónico al respecto: El mito de la enfermedad mental de Thomas Szasz, que busca causas sociales y culturales de adaptación disfuncional donde el sistema medicaliza los problemas para el control social.
"El 3 de mayo de 1886, Albert X., de 26 años, antiguo empleado de la
fábrica de gas de Burdeos, fue ingresado en el Antiguo Hospital
Saint-André de Burdeos y asignado al médico A. Pitres. ¿Sus síntomas?
Albert se encontraba exhausto y lloraba amargamente. Había abandonado a
su familia, su trabajo, sus responsabilidades, su vida diaria y se había
dedicado únicamente a caminar. Caminar tan lejos como le fuese posible.
En ocasiones, más de 70 kilómetros al día. Pero no lloraba de
cansancio. Al contrario. Durante años, recorrió Francia, Alemania,
Austria. Llegó hasta Constantinopla, Moscú, Argelia. Viajaba, caminaba
obsesivamente para, enseguida, olvidar sus viajes. No recordaba nada. Su
enfermedad era precisamente esa: la necesidad compulsiva de viajar, de
deambular, de vagabundear. El recuerdo era un modo de quedarse. Y su
necesidad era la de irse. Irse incluso de sí mismo. Lloraba porque le
impedían fugarse.
Un mes mas tarde, con Albert todavía en el hospital sin diagnóstico
alguno, ¿epilepsia, histeria, monomanía?, el interno del doctor Pitres,
el joven doctor Tissié, comienza un estudio apasionado del caso Albert. Su estudio, que compondrá su tesis doctoral Les alienées voyageurs. Le cas Albert (1887) y que recuperará el filósofo Ian Hacking en su magnífico texto Mad travelers
(1998), utiliza todos los medios diagnósticos de la época para tratar
de atrapar este desvarío inédito, esta particular enfermedad que padecía
Albert y que todavía no era conocida (...) El médico Tissié creará una nueva categoría
dentro de la enfermedad mental: los locos viajeros. Albert será el primero. El primer loco viajero. El primero de muchos (...)
El
médico Tissié establece que lo que padece Albert es una nueva
patología, un nuevo tipo de enfermedad mental, que pasa a conocerse como
“automatismo ambulatorio”. Queda por definir si su causa es la histeria
o la epilepsia, lo cual crea problemas taxonómicos, pero en ningún caso
se discute la realidad de esta nueva enfermedad mental que parece que
el desarrollo de la psiquiatría ha descubierto. De nuevo, la ciencia
cree haber descubierto un nuevo hecho que hasta entonces, debido al
menor desarrollo científico, no se había positivado. E, inmediatamente,
aparece toda una epidemia de locos viajeros, de hombres afectados de ese automatismo ambulatorio
que cursaba con fugas y pérdidas de la memoria. Sin embargo, dos dudas
aparecen casi inmediatamente a la puesta en escena de la nueva
enfermedad de Tissié: ¿Por qué las mujeres no lo sufren? Y, ¿por qué no
ocurre en otros contextos geográficos como Estados Unidos o Inglaterra?
¿Es una enfermedad exclusiva de Francia?
La respuesta debe necesariamente atender a los diferentes contextos
culturales. En Francia, encontramos una fiebre del viaje potenciada por
el poder simbólico de las nuevas estaciones y ferrocarriles y, además,
debido a la obligatoriedad del servicio militar –que no existía en
Inglaterra o EEUU- existía un cuerpo de médicos forenses encargado de
identificar a desertores entre la masa anónima de pueblos o viajes, lo
cual permitía identificar a esos locos viajeros con facilidad. Por
último, la problemática social del vagabundaje en Francia era mucho más
acuciante que en otros territorios acostumbrados a que sus hombres
marcharan a miles de kilómetros a nuevos territorios. Lo cual nos lleva
ante una pregunta que Tissié no pudo plantearse y que resulta
fundamental: entonces, ¿es este tipo de locura natural o cultural? Y aún
más, ¿hay enfermedades culturales?. Tradicionalmente, tendemos a creer
que toda enfermedad es un desarreglo biológico que posee unas causas
biológicas, es decir, naturales, reconocibles. Sin embargo, ¿qué ocurre
cuando una enfermedad es provocada por la cultura? ¿Sigue siendo una
enfermedad? Ian Hacking nos propone un término muy útil para denominar a
estas enfermedades: enfermedades mentales transitorias.
Pero la psiquiatría de la época no se planteaba el problema de la
cultura, sino que pretendía hallar, en virtud de su carácter científico,
la verdad de un individuo. El problema de este tipo de enfermedades se
agrava cuando observamos los cambios de la propia ciencia psiquiátrica
con respecto a estas enfermedades. Cambian de estatus, de taxonomía o
incluso desaparecen de los manuales de trastornos mentales de referencia
– DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders).
Es patente que hoy en día no hay locos viajeros, es una enfermedad que
se ha perdido en el tiempo, quizás el contexto social preciso que la
alumbró haya desaparecido –aunque se sigue reconociendo algo parecido
bajo la rúbrica actual de amnesia disociativa.
En ocasiones, la ciencia psiquiátrica patologiza conductas
consideradas por una sociedad como irregulares convirtiéndolas en una
enfermedad que pretende ser objetiva y reflejo de la verdad profunda del
ser humano. En nuestro país tenemos ejemplos aberrantes en el
desarrollo de la psiquiatría franquista, que analizan tanto S. Cayuela
en su Por la grandeza de la patria como por E. González en Los psiquiatras de Franco.
Antonio Vallejo Nájera, jefe de los servicios psiquiátricos
militares, nos habla, por ejemplo, de la “morbosidad criminógena
marxista” y del “fanatismo marxista” que trata de analizar, a través de
los estudios de presos del franquismo –combatientes internacionales,
presos políticos marxistas y, cómo no, nacionalistas vascos y marxistas
catalanes- el llamado “psiquismo del fanatismo marxista”. Sus
conclusiones fueron que ese nuevo individuo enfermo llamado fanático marxista
padecía insuficiencias debido a la figura corporal, el temperamento
esquizotímido o paranoide, el bajo nivel de inteligencia y el bajísimo y
patológico nivel de patriotismo y religiosidad, siguiendo las máximas
sociobiológicas del pensamiento nazi, reduciendo el ser humano a un
componente patológico de la sociedad española.
De este modo, vemos que el procedimiento seguido por el fanático marxista funciona de modo parecido al loco viajero:
toma como objetivos las irregularidades de una sociedad sin plantearse
porqué estas conductas son consideradas irregulares. Las uniones
profundas entre la ideología y la ciencia, o, dicho de otro modo, entre
la gubernamentalidad y los saberes, en caso de no descubrirse y
plantearse, nos llevan a considerar como científicas -objetivas,
universales y necesarias- las verdades del poder. Y quizás, en estos
tiempos, esta sea una de las funciones sociales de la filosofía:
desvelar los acomodos de las verdades a través de las cuales nos
reconocemos como normales. Desentrañar, aunque sea con historias,
ejemplos o archivos, el modo en que las ciencias y los saberes han ido y
continúan obligándonos a vivir y entendernos como sujetos enfermos,
locos, desviados, extraños o, incluso, normales, útiles y triunfadores"
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