Económicamente, la tasa de rendimiento decreciente del beneficio, enunciada por Marx, que empujó al capital a la financiarización irrestricta, destructiva a medio plazo, crepuscular y de enloquecida acumulación, y a colonizar los nichos de lo público en busca de nuevos mercados a costa de las mayorías.
Geopolíticamente, el colapso del bloque soviético en su incapacidad para transicionar hacia la economía intensiva, tecnológica, eliminando el contrapeso que daba fuerza al mundo del trabajo occidental.
Y fue el totalitarismo triunfante sobre las conciencias, exponenciado por la reciente explosión tecnológica del consumo y el control de masas: los prisioneros platónicos de la caverna encadenados a las sombras en pantalla ni se olieron el crack financiero y apenas intuyen hoy sin conceptos, instintivamente, el colapso civilizacional y ecológico.
La política, las sombras que arrojan los grandes negocios sobre la sociedad, nos remarcaba el filósofo Dewey la caverna platónica. Negocios que claman guerra y declive general para el resto, que anuncian de nuevo fascismo a tumba abierta para su prosecución.
Parte esencial de estas cadenas platónicas, escamotear el pensamiento causal respecto a los fenómenos sociales en el conjunto de la población. Tiempo mítico de reptilianos, ovnis, tierraplanistas, Illuminati ¿qué pensamiento político podemos demandarle tanto a bipartidistas irredentos, hoy desnortados, como a los grupos sociales desterrados progresivamente, crisis tras crisis?
"Desde principios de los ochenta, cuando en la mayoría de Europa se habían conseguido niveles de bienestar considerables, comenzó un periodo de aburguesamiento acrítico creciente - el aumento del nivel de vida no fue acompañado por un crecimiento similar del nivel de cultura- que coincidió con la derechización progresiva de los partidos que hasta entonces habían representado a las clases trabajadoras. Como dice Naomi Klein, fue durante esa década que se impuso en toda Europa, y en todo el mundo, la idea de que la única política económica factible era la ultraliberal que habían diseñado y experimentado en Chile Milton Friedman y sus discípulos con la previa intervención armada de Estados Unidos. La izquierda admitió que no había alternativa, que el monetarismo y las políticas de austeridad, que la eliminación de la progresividad fiscal, que las privatizaciones de los servicios públicos, que el achicamiento del Estado hasta reducirlo a un mero policía al servicio de los intereses de las clases pudientes, formaban también parte de su programa de gobierno, de su manera de manejar la cosas del común. Esa política terrible, comenzó a tener resultados funestos a partir de la crisis de los noventa, pero catastróficos después de la crisis de 2008 (...)
La aceptación por parte de los partidos de izquierda con posibilidad de gobernar de políticas y hábitos que no le eran propios por mor del pragmatismo, de la política de lo posible, la consideración del ejercicio de la política como un triunfo, un premio personal, y no como una dedicación al interés general, fue creando una desafección creciente en una ciudadanía que había conseguido ya muchos derechos y que empezó a ver que nadie los defendía con la contundencia necesaria, que lo que llamaban reformas no eran tales sino contrarreformas encaminadas a disolver esos derechos en favor de los más pudientes. Las sucesivas crisis económicas contribuyeron a dejar a capas de la población cada vez mayores fuera del sistema, viviendo de sus migajas, sobreviviendo de mala manera, y, por primera vez en mucho tiempo, temiendo al futuro, al propio y al de sus descendientes. Si las políticas desarrolladas por un partido democristiano incidían muy negativamente sobre la mayoría de la población, las implementadas por los partidos socialdemócratas no servían para paliar los daños hechos por aquellas, antes al contrario, en muchos casos, las profundizaban aunque para disimular ampliasen tímidamente las coberturas sociales. Claro, si las alternativas de gobierno, de políticas económicas se reducen a lo epidérmico, si partidos en teoría antagónicos son capaces de formar gobiernos de coalición, si nadie se preocupa por lo que pasa a los más desfavorecidos, éstos, cada vez más embrutecidos por las políticas educativas y los medios audiovisuales, optan por tirarse al monte, y es entonces cuando surge masivamente lo que Marx denominó lumpen-proletariado, una clase que no tiene conciencia de tal y que se siente cómoda al lado de los poderosos, esperando un retal de su magnanimidad, una clase que está compuesta por excluidos, marginados y empobrecidos, pero también por burgueses que temen y recelan de los poderes que han cercenado sus aspiraciones de ascenso y las de sus hijos. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, escribía Marx: “Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al lumpenproletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida por agentes bonapartistas y un general bonapartista a la cabeza de todas" (...)
Siguiendo a Marx, escribía Gramsci que además de esos factores, para que triunfase el fascismo era imprescindible que se hubiese llegado a una “crisis de hegemonía”, es decir a la pérdida de confianza de los gobernados en la burguesía que detenta el poder, hecho que llevaría a muchos gobernados a creer en las soluciones personales, en el hombre providencial, en el bruto, en el macho alfa que, paradójicamente, terminará siendo su verdugo. Si a eso añadimos el temor cateto y patético de muchas pueblos a perder sus señas de identidad, de ser agredidos en sus esencias inmaculadas, de estar en vísperas de una invasión como aquellas que protagonizaron los bárbaros, más la corrupción creciente en muchos países, tenemos el campo sembrado para el fascismo, que es la máxima expresión del capitalismo"
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