El autor de El minotauro global, el economista crítico Yanis Varoufakis resume magistralmente la locura financiera, el incalculable riesgo del riesgo presuntamente domesticado.
Marx nos dijo que el movimiento del dinero sobre sí mismo condiciona el movimiento de todo lo demás en torno a él. Como el aprendiz de brujo de Goethe, señaló, liberamos fuerzas que terminan conjurando contra nuestra propia humanidad. ¿Cómo liberarnos ahora de ellas? ¿Puede volver a cerrarse la caja de Pandora de nuevo a rebosar? Se trata de que la maquinaria económico-tecnológica sirva a los intereses humanos, en lugar de a la inversa. Entretanto, esa servidumbre condiciona nuestras relaciones sociales, y no solo de producción. Por ejemplo, castigará en todas sus formas siempre a quien se atreva a explorar la libertad:
“Los economistas pusieron una nueva etiqueta a la ignorancia y la comercializaron como una forma de conocimiento provisional. Después los financieros construyeron nuevas formas de deuda sobre esa ignorancia reetiquetada y levantaron pirámides sobre la premisa de que el riesgo se había eliminado. Cuantos más inversores eran convencidos, más dinero hacían todos los implicados y mejor era la posición de los economistas para acallar a cualquiera que se atreviese a poner en duda sus premisas subyacentes. De esta manera, las finanzas tóxicas y la teorización económica tóxica se convirtieron en procesos que se reforzaban mutuamente.”
¿Juegas el juego, o el juego juega contigo?, he aquí la cuestión. En otro apunte escribe: ““El impulso autorreferencial del capital se burla de la voluntad humana, del empresariado y de la clase trabajadora por igual. Pese a ser inanimado e inconsciente, el capital –abreviatura de máquinas, dinero, derivados titularizados y toda forma de riqueza cristalizada– evoluciona rápidamente como si funcionase por sí mismo, usando agentes humanos (banqueros, jefes y mano de obra en igual medida) como peones de su propio juego. De manera similar a nuestro subconsciente, el capital también implanta ilusiones en nuestras mentes, por encima de todas, la ilusión de que, al servirle, nos hacemos valiosas, excepcionales, potentes. Nos enorgullecemos de nuestra relación con él (ya sea como financieros que «crean» millones en un solo día, ya como empresarias de las que dependen multitud de familias trabajadoras, o como trabajadoras que disfrutan de un acceso privilegiado a una brillante maquinaria o a ridículos servicios fuera del alcance de emigrantes ilegales), cerrando los ojos al trágico hecho de que es el capital el que, en efecto, es dueño de todas nosotras, y que somos nosotras quienes lo servimos a él…”
Camino a fragmentaria, cuaderno 6
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