Una perspectiva crítica respecto a lo que es y ha sido la Filosofía y un cambio profundo en lo que consideramos “aprendizaje” y en los métodos de evaluación utilizados -si consideramos necesario “evaluar” al alumnado- se nos antojan como únicos caminos posibles para superar estos límites pedagógicos.
¿De qué “pensamiento crítico” estamos hablando?
Pero, ¿qué papel juega en nuestras sociedades lo que habitualmente se entiende por “pensamiento crítico” como para que partidos políticos de claras raíces autoritarias -junto a otros más o menos progresistas- aboguen ahora unánimemente por su presencia en la escuela a través de la Filosofía?
En una sociedad -y una escuela- individualista como la nuestra el pensamiento crítico refleja en muchas ocasiones más un acto de afirmación de la propia individualidad frente a lo colectivo que un elemento que nos una en la lucha contra el pensamiento dominante. No se busca, por tanto, la construcción de una subjetividad teórica -y mucho menos práctica- desde la que, colectivamente, construir alternativas a las ofrecidas por el poder. Se busca, más bien, la glorificación de la individualidad como elemento diferenciador respecto al resto de la masa, impidiendo el desarrollo real de alternativas colectivas cuya potencialidad sea creíble por la ciudadanía.
A este respecto, Zygmunt Bauman nos advertía en Modernidad líquida (1999) que en la actualidad “estamos quizá mucho más ‘predispuestos críticamente’, más atrevidos e intransigentes en nuestra crítica de lo que nuestros ancestros pudieron estarlo en su vida diaria, pero nuestra crítica, por así decirlo, ‘no tiene dientes’, es incapaz de producir efectos en el programa establecido para nuestras opciones de ‘políticas de vida’”. De tal manera que la “individualización” nacida del pensamiento moderno desemboca en “la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía”.
El espíritu crítico es, por tanto, seña de identidad de nuestras sociedades, pero entendido de tal manera que sirve más para la desafección respecto de la posibilidad de construir colectivamente un futuro diferente que para la construcción real del mismo.
La vuelta de la Filosofía a las condiciones previas a la aprobación de la LOMCE es, sin duda, una buena noticia. Pero, lejos de suponer un cambio profundo en las estructuras de poder que operan en la escuela, puede ayudar a afianzarlas si consideramos que el “pensamiento crítico” es su terreno “natural” y exclusivo. Este debería ser la seña de identidad de todo proceso educativo si la escuela quiere dejar de adoctrinar en las verdades eternas (de cualquier tipo) en las que se sustenta el poder. Hasta qué punto el Estado tiene verdadero interés en que eso suceda es desde luego muy cuestionable.
Mientras tanto, y a pesar de los peligros y dificultades, seguiremos tratando a la Filosofía no como no una disciplina académica ni mucho menos como una asignatura concreta, sino como un modo colectivo de enfrentarse al poder, de ser, como decía Nietzsche, “la mala conciencia de su época”."
https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/sobre-la-filosofia-en-las-aulas-una-perspectiva-critica
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