Santiago Alba Rico:
"En definitiva, el modelo del AKP y de Erdogan se presentaba como la
única alternativa democrática autóctona a -simultáneamente- las
dictaduras teocráticas y a las “laicas” en una región en la que la
izquierda había sido largamente derrotada y en la que, frente a las
tiranías locales, las intervenciones imperialistas y las respuestas
yihadistas, parecía cerrada cualquier vía, por muy modesta que fuera,
hacia el desarrollo económico, la ciudadanía y el Estado de Derecho.
Cuando en 2011 estallaron las llamadas “revoluciones árabes” -que fueron
también kurdas, amazigh, feministas y de clase- ese modelo se irguió
del modo más natural como respuesta política a las demandas populares,
completamente ajenas al islamismo y tan radicalmente económicas como
institucionales. Es ese modelo el que se entierra hoy definitivamente
mediante el golpe de Erdogan contra el golpe del 15 de julio.
Conviene
recordar, en efecto, que en 2011 comenzó en esta zona del mundo,
consecuencia retrasada del “deshielo de la guerra fría”, una revolución
democrática global que prolongaba los procesos iniciados en América
Latina diez años antes y prolongada a su vez por el 15M en España, por
Ocupy Wall-Street en EEUU, por Gezi en Turquía, por las protestas contra
la austeridad en Grecia. En el “mundo árabe” esa revolución, que no era
ni islamista ni de izquierdas, afrontó enseguida dos reacciones
contra-revolucionarias que trataron de frenar, gestionar o neutralizar
el impulso popular. Dos modelos se enfrentaron, en efecto, en Libia,
Túnez y Egipto. De un lado el ya citado de Erdogan, quien abandonó su
política de “intervención cero” y “buena vecindad” en favor de un
intervencionismo neo-otomano, muy oportunista, orientado a apoyar a y
apoyarse en los Hermanos Musulmanes y sus ramas locales a fin de
extender su influencia en el marco geográfico de su viejo imperio.
Frente a este modelo, uno mucho más reaccionario, el de Arabia Saudí,
enemigo de la Hermandad y de Qatar, aliados de Turquía, se impuso
finalmente a través, sobre todo, del golpe de Estado del general Al-Sisi
en Egipto en julio de 2013. La única opción realista en el norte de
Africa en 2012 era la de escoger entre Turquía y Arabia Saudí; y
enseguida entre Erdogan y Al-Sisi: es decir, entre un islamismo
democratizador y una dictadura “laica” apoyada, en realidad, por un
islamismo retrógrado, teocrático y criminal. Aclaremos dos cosas. La
primera es que estos dos modelos enfrentados entre sí estaban
encabezados por países igualmente aliados de EEUU y de la UE; la segunda
es que los EEUU y la UE, erráticos y en retirada, preferían sin duda el
modelo turco -y negociaron sin problemas con los HHMM- y tuvieron que
tragarse el golpe de Al-Sisi, y la victoria saudí, por puro pragmatismo
geopolítico en una situación -como insiste Wallerstein– de hegemonía debilitada (...)
Pero la dictadura siria, aliada de Turquía
hasta mayo de 2011 y amiga imprescindible en la represión de los kurdos,
se convirtió en la tumba de Erdogan y de su modelo “democrático”.
Enfrentado a su propia “primavera árabe” en Gezi, viendo contestado en
2014 su poder electoral, la intervención de Erdogan en Siria, que él
imaginaba como la fundación de un nuevo y triunfal liderazgo democrático
neo-otomano, acabó metiéndolo en un callejón sin salida: la “amenaza”
kurda desde Rujova lo llevó a interrumpir todas las negociaciones con el
PKK y a financiar o tolerar distintos grupos yihadistas, incluido el
ISIS, lo que a su vez abrió un doble frente de “lucha anti-terrorista”
en Turquía, fuente y pretexto, como es habitual, de una deriva
autoritaria que, en este caso, desembocó en el golpe del 15 de julio y
en el contragolpe del 16, todavía en curso.
En todo caso, sería un grave error interpretar que, tras el 15 de julio,
se ha impuesto en Turquía el islamismo sobre el laicismo, como si fuera
ésta la alternativa en juego en la región y en el mundo. En Turquía se
ha impuesto una vez más el estatalismo nacionalista del siglo XX y ello
en el marco de una contra-revolución global (o revolución negativa) que
está desmantelando muy deprisa las esperanzas nacidas en 2011. En un
sector de la izquierda muy islamofóbico y, en general, religiosamente
laico y mal informado, existe la tendencia a echar la culpa de todo a
las “revoluciones árabes”, preñadas de yihadismo, porque no eran
“socialistas” y porque fueron derrotadas. Pero tampoco el 15M era
socialista y también fue parcialmente derrotado. Y lo mismo pasó en
Gezi. Y en Ocupy Wall Street. Y también han sido derrotados el chavismo y el kirchnerismo y el lulismo; y hasta Sanders en EEUU en favor del radicalismo derechista de Clinton y Trump.
En cinco años el retroceso ha sido brutal; tanto más brutal cuanto más
parecía en 2011 que íbamos a emprender un gran salto adelante contra el
neoliberalismo capitalista y en favor de la democracia global. La
contrarrevolución política, como el ser de Aristóteles, se dice de muchas maneras. Se dice PP en España, Le Pen en Francia, Erdogan en Turquía, Al-Sisi en Egipto, Al-Asad en Siria, PVV en Holanda, UKIP en Inglaterra, FPÖ en Austria, Macri en Argentina, Temer
en Brasil etc. Sería un grave error considerar que la batalla es entre
laicismo y religión. Es entre dictadura y democracia. Esa batalla la
vamos perdiendo, igual que la lucha de clases y por las mismas razones,
pero sustituir un esquema campista ideológico, ya periclitado sobre el
terreno, por uno cultural igualmente inválido sólo servirá, como quiere
la contra-revolución en marcha, para que aceptemos ceder derechos y
libertades en nombre de alineamientos identitarios, culturales y
tribales. El radicalismo derechista europeo puede adoptar una forma
“laica” y “anti-terrorista”; el radicalismo derechista turco una forma
“islámica” y “antikurda”. En ambos casos, es el conservadurismo social
mayoritario el que legitima estas peligrosas derivas. Derechización
institucional y populismo conservador van ganando terreno en todas
partes y los enfrentamientos geoestratégicos, cada vez más volátiles y
cruzados, no deberían engañarnos sobre lo que realmente está en juego.
La tarea sigue siendo la misma que hace seis años, hoy quizás un poco
más difícil: hay que democratizar el conservadurismo “laico” europeo,
hay que democratizar el conservadurismo social musulmán. El contragolpe
de Erdogan, que cierra el ciclo abierto en 2011, es una pésima noticia
para todos los que, ateos, musulmanes o cristianos, luchamos en esa
dirección"
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