Lidia Falcón:
"Desde hace 40 años los
franquistas, cuyos nombres constan en el callejero de todas las ciudades
españolas, y que ellos y sus hijos han seguido estando en nómina de
ministerios, diputaciones, alcaldías y empresas públicas y privadas, ya
en plena democracia, repiten que exigir una Comisión de la Verdad para
restablecer la justicia y la reparación a las víctimas, como se ha hecho
en todos los países que he mencionado anteriormente, constituye una
“venganza” o una “revancha” y que “reabre heridas” cuando hay que
“reconciliarse”. No necesitábamos que vinieran Francisca Sauquillo y
José Álvarez Junco a repetírnosla.
El inefable artículo tiene la desvergüenza de decir que “no se trata
de enmendar la historia”, sin que nos aclare a qué historia se refiere:
¿A la que nos contó Franco y sus secuaces durante cuatro décadas? Porque
en ese caso es evidente que hay que enmendarla. Hay que enmendarla en
la memoria de los ciudadanos a los que se ha engañado miserablemente
durante todo ese periodo; en la escuela en la que no se enseña a los
alumnos la “verdadera” y triste historia de nuestro país; en la
Universidad que cuenta con profesores como Andrés Trapiello y otros
colegas que encubren con torcidos argumentos la masacre que perpetró el
franquismo; en la mendaz propaganda distribuida por los medios de
comunicación y los propagandistas de la “conciliación” y el “olvido. Sí,
es imprescindible, señores Álvarez Junco, Andrés Trapiello, Francisca
Sauquillo, Amelia Valcárcel, Teresa Arenillas, Santos Uría y Octavio
Ruiz Manjón, enmendar esa falsificada y culpable versión de la historia
de nuestro país en honor a la verdad y a la justicia, suponiendo que a
esos ilustres personajes les importe la verdad y la justicia. Y hay que
enmendar la versión falsa de la historia que se sigue difundiendo, para
que los señores y las señoras de esa Comisión de la Memoria no se atreva
nunca más a decir que han desaparecido “aquellas pasiones políticas que
llevaron a la gente a la barbarie del exterminio mutuo”, que es como
resumen la Guerra Civil.
Es inaceptable que los firmantes del artículo, escritores, filósofas,
políticas, se atrevan a afirmar que fueron “las pasiones políticas las
que llevaron a la gente a la barbarie del exterminio mutuo”.
Como todo historiador sabe, la guerra civil, como todas las guerras
civiles, son la expresión última de la lucha de clases. Fue el propósito
de las oligarquías de aniquilar el proyecto republicano, de derrotar al
movimiento obrero y campesino y de entregar inerme y exhausto al pueblo
español a la fauces insaciables de la codicia de la aristocracia
latifundista del sur y del oeste, de los consorcios industriales del
norte, de la banca española, de la Iglesia católica. Todos los grupos de
las oligarquías a los que la República comenzaba a arrebatar el poder
omnímodo que habían detentado durante siglos. Esas clases dominantes
pagaron a un sector del Ejército español para que se levantara en armas
contra el gobierno legítimo de la II República, elegido por mayoría
absoluta en unas elecciones absolutamente limpias pocos meses atrás. Esa
parte del ejército golpista recibió la ayuda económica, militar y
armamentística de los gobiernos de Alemania y de Italia y el apoyo
explícito del Reino Unido, de Francia y de Estados Unidos, además de la
infame propaganda que se desató en varios otros países a favor de los
fascistas. Al terminar la contienda con la derrota de las tropas
republicanas la dictadura franquista desató la represión más feroz
contra todas las organizaciones y personas que no pertenecían al bando
nacional. Esa persecución duró más de cuarenta años, como se demostró
con los asesinatos de Atocha en enero de 1977. De modo que el exterminio
no fue mutuo ni estuvo inducido por las pasiones políticas. Sería bueno
que los articulistas leyeran El genocidio español de Paul Preston, poco sospechoso de actuar por pasiones políticas que le induzcan a ninguna barbarie (...)
De igual modo al afirmar que “no se trata de establecer una versión
canónica del pasado que fije los méritos y responsabilidades de cada uno
en conflictos internos muy complejos y las deudas derivadas de tales
actuaciones. Tampoco en adentrarnos en pantanosos debates sobre la
personalidad colectiva ni de hacer proyecciones de culpas y méritos
pretéritos sobre grupos sociales del presente”, quieren decir que no
vayamos a exigirle responsabilidades a Martin Villa y a Willy el Niño,
criminales reclamados por la justicia argentina por la comisión de
delitos de lesa humanidad, que disfrutan de libertad y buenos ingresos
en diversos puestos lucrativos. Como tampoco vayamos a recordarles a los
sucesores y herederos de los ministros y empresarios franquistas, que
los capitales de que hoy disfrutan tranquilamente fueron adquiridos
mediante el expolio de sus legítimos propietarios al amparo de la
dictadura.
Estos imparciales, objetivos y conciliadores articulistas repiten en
otro párrafo lo que ya se ha convertido en mantra: “no queremos dar una
lección de historia, ni mucho menos imponer una determinada versión del
pasado”. No, claro, porque hemos de quedarnos para siempre con la
impuesta por los ideólogos del franquismo, no vaya a ser que los
supervivientes y los hijos y los nietos de los que se beneficiaron de
aquel infame periodo se enfaden"
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