"La actual corriente de artículos sobre la presunta
guerra al dinero en efectivo suele tomar como punto de partida artículos
recientes de Kenneth Rogoff (Harvard) y el economista en jefe de
Citigroup Willem Buiter. Ambos debaten los beneficios y riesgos de la
prohibición o cuasi-prohibición del dinero en efectivo, contemplando,
naturalmente, la posibilidad de una implantación gradual con
restricciones sucesivas en el tamaño de los billetes y sus sumas. Esto,
de hecho, es lo que se ha visto en diversos países del euro como Italia,
Francia o Grecia desde los comienzos de la crisis financiera del 2008.
Rogoff añade que tampoco haría falta decretar la prohibición, y que
bastaría con dejar los billetes de 1 dólar o 5 para las transacciones
cotidianas de los agentes marginales y rezagados de la economía como
pobres o ancianos; apreciación que por sí sola ya nos da cierto olor de
lo que se pretende.
Buiter por su parte va de cabeza al principal
motivo de preocupación de los bancos, y sin preámbulos nos dice que la
debacle financiera del 2008 se hubiera podido evitar con sólo cargar un 6
por ciento de interés negativo sobre el dinero en metálico, o dicho de
otro modo, tomando un 6 por ciento de los depósitos de los ahorradores
para forzar a todo el mundo a gastar cualquier dinero que pueda tener en
efectivo. Se trata, en definitiva, de pasar de los rescates con
inyecciones del erario público a la captura de los propios depósitos de
los ahorradores, para lo cual ya hace tiempo que sin publicidad se
despliegan leyes favorables. El mayor de los bancos americanos, JP
Morgan Chase, ya cobra un 1 por ciento a los “excesos” de dinero en
depósito.
Ni que decir tiene, si ya no hay dinero en efectivo o
sus movimientos se encuentran severamente limitados se evitan las
estampidas financieras con la gente pugnando por sacar sus depósitos; no
hay que decretar un corral porque ya todo es por principio un corral
(no hay dinero tangible que sacar), y de aquí, tal vez, el socorrido
calificativo de campos de concentración financieros. Aunque hay
bastante más que esto.
Las ventajas para la banca son evidentes, y
lo mismo cabe decir para el estado, que, so pretexto de luchar contra
la evasión fiscal, podría acceder a un control ideal y al detalle de las
acciones y transacciones de los ciudadanos. Los argumentos fiscales son
por ejemplo el motivo esgrimido por el gobierno de Netanyahu para su
plan por etapas para una economía sin efectivo en Israel, en un estado
cuyo presupuesto, se dice, se halla tan exigido por los gastos
militares. Y naturalmente, los portavoces de los bancos aseguran que con
estas medidas la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y el
crimen -por no hablar de la evasión fiscal- sería infinitamente más
efectiva.
Si las ventajas tanto para el estado como para la banca
son enormes, puesto que ambos son hoy los grandes polos de poder, cabe
estar seguro de que estas iniciativas gozarán del mejor viento en sus
velas. Además, no sólo hay que contar con el acostumbrado despliegue de
relaciones públicas para minimizar las resistencias, si de verdad las
hay; más fuerte que todo esto es que el mismo Zeitgeist, el mismo
Espíritu del Tiempo, ha asumido como suya la misión de convertir en
electrónico todo lo que pueda ser convertido, y el dinero no es
precisamente algo secundario en esta función (...)
Sin
duda las tarjetas de crédito, aunque a menudo las utilicemos para ir al
cajero, nos han ido haciendo a la idea del puro dinero electrónico.
Pero ahora en países como Suecia o Dinamarca los mismos cajeros están
desapareciendo, porque son ya muy escasas las transacciones hechas con
billetes. Allí en muchas áreas comerciales ni aceptan ya efectivo, que
se está tornando en un lastre o incluso en algo un tanto sospechoso.
Ahora se trata de pasar de la tarjeta al iphone, y ya están aquí las
aplicaciones de pago por teléfono como Apple Pay y otras, con las
grandes multinacionales como siempre en vanguardia. Lo cashless y cash free es
lo último y los festivales de música ingenian sistemas de pago por
pulsera electrónica para que “sin contacto” pagues más y mejor. Usando
datos biométricos ya no tendrás que rellenar interminables formularios
por internet, sino que podrás “comprar sin pensar, como a ti te gusta” (...)
Porque siempre hay que
luchar contra el crimen. Y de paso, empezamos a criminalizar toda la
economía informal, se entiende que la de bajo nivel adquisitivo. Por
añadidura, el sistema de los billetes, además de inefectivo, resulta muy
caro para todos. Es innegable que los billetes grandes hacen más
fáciles las corruptelas y los movimientos del crimen organizado, pero ya
se ha empezado a decir que son la causa. Ya están cantadas las
noticias de redadas contra cejijuntos terroristas atesorando sacos de
billetes en sus búnkeres, mientras en los anuncios, libre de dinero, la
juventud angelical vuela extasiada por el aire. Ninguna exageración,
puesto que el ministro de finanzas francés Michel Sapin atribuyó los
atentados de Charlie Hebdo a la capacidad de comprar cosas con dinero en efectivo; desde
entonces se establecieron controles a partir de mil euros para “luchar
contra el uso del dinero en efectivo y el anonimato en la economía
francesa”. Y en cuanto a la publicidad, ya la tenemos.
Esta transparente “sociedad sin dinero” (en efectivo) no va a quedarse
en un experimento para civilizados escandinavos; hasta el Banco Central
de Nigeria ha establecido como una prioridad la reducción en lo posible
de esta reliquia del pasado. También pensando en África, Bill Gates
prevé soñador que “por el 2030, dos mil millones de personas que no
tienen una cuenta bancaria estarán acumulando dinero y haciendo pagos
con sus móviles. Y por entonces los proveedores de dinero en el móvil
ofrecerán todo un espectro de servicios finacieros, desde ahorros con
interés a seguros y créditos”. La Belinda and Gates Foundation está
volcada en llevar la mano amiga de la banca a los más pobres, pues, como
afirman en sus comunicados oficiales, también los pobres pueden ser una
base de clientes rentable (...)
Sabido es que todos los grandes bancos centrales llevan años
bordeando el interés cero o el interés negativo, y fabricando grandes
sumas de dinero, con el pretexto de estimular la economía. En la
práctica, el dinero les llega casi sin interés a los bancos y las líneas
directas de crédito privilegiadas, que se dedican a especular gracias a
la enorme ventaja con que cuentan. Faltaría más, el usuario normal del
banco tiene que pagar unos intereses mucho más altos, por no hablar de
las tarjetas de crédito. Por otro lado ese interés cercano a cero, y que
se querría negativo, penaliza a los ahorros depositados en los bancos,
pues ya la inflación suele ser mayor que el interés.
Con intereses
negativos, el ahorrador está pagando directamente por dejar dinero en
el banco, aun si ignoramos la inflación. Y por otro lado, los bancos
centrales buscan obsesivamente la inflación, por la que no dejan de
suspirar continuamente en la letanía de sus comunicados oficiales. “¡No
conseguimos la suficiente inflación!” lloran una y otra vez, lo que
debería dejar atónito al más sufrido lector de noticias, cuando siempre
se nos dijo que el motivo fundacional de los bancos centrales era
proteger el valor adquisitivo de sus monedas y por ende luchar contra la
inflación. La razón para esto, claro está, es que en una economía de
deuda como la que tenemos la inflación es ventajosa, puesto que hace más
baratos los pagos futuros. Los bancos centrales, que no son sino los
consorcios de los bancos privados con la bendición del estado, hacen
todo lo posible por exacerbar la economía de la deuda.
Así pues,
los bancos quieren tener libertad para imponer tipos negativos y que la
gente tenga que pagar por su dinero en el banco. Como en tales
circunstancias los ahorradores prefieren sacar el dinero y tenerlo en
efectivo porque conserva mejor el valor que los depósitos, la única
forma de impedirlo es terminar con el dinero en efectivo mismo. Este es
el plan, tal es la solución final"
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