Armando B. Ginés:
"Existe la creencia inveterada y de general aceptación popular que el
egoísmo y la propiedad privada son instituciones naturales que explican
la conducta del ser humano desde los albores del tiempo evolutivo.
No
obstante, cuesta creer que millones de años atrás, nuestro homínido
antecesor anónimo tuviera una conciencia mínima de las lindes
territoriales y materiales de las que era dueño en exclusiva y que el
motor filosófico, por llamarlo de algún modo, de su vida fuera el hacer
acopio de más y más objetos o de mayor estatus que el resto de sus
congéneres.
Pocas cosas hay en el ser humano innatas o naturales. Así lo viene
demostrando el método científico desde hace siglos (...)
La falacia natural transformada en tradición cuenta con
una fuerza arrolladora y extraordinaria para ahormar la mente colectiva
y alienarla con los intereses propios de las elites dominantes.
Volviendo al mítico ser de las cavernas, al que la imaginería más
extendida lo ve como aislado en su hogar de roca, junto a una mujer
decorativa y un tosco artilugio de defensa-agresión, cabría señalar que
esa imagen no tiene nada que ver con la realidad descubierta por la
paleontología y los análisis antropológicos.
Ese humano
antropoide sobrevivía en comunidad, ya sean hordas, tribus o clanes,
donde lo más probable es que todo fuera de todos, y las empresas de caza
o cooperación fueran acometidas en común. La lógica de este aserto
salta a la vista: cuesta menos energía cazar una pieza escurridiza
aunando aportaciones mancomunadas al acervo colectivo que emprender el
abatimiento de un animal un solo individuo. ¿Para qué competir
gratuitamente con los de tu misma especie cuando es el entorno
medioambiental el que obliga a luchar para sobrevivir? Convertir en
adversario o enemigo acérrimo al de al lado es una treta ideológica de
la sociedad jerarquizada en estamentos incomunicados o clases sociales (...)
Curioso es también que el egoísmo y la propiedad
privada sean atributos de la libertad, esa idea tan manoseada que parece
ser el culmen de la cultura humana. En realidad, da la sensación que
tal libertad vinculada al egoísmo y la propiedad material sea más un
pesado fardo que demarca una libertad acosada por miedos ancestrales a
perderla en cualquier momento. Terrible paradoja: una libertad plagada
de títulos y estatus que permanentemente hay que defender de sí misma
ante el egoísmo de los otros, el resto de aspirantes a una libertad
similar que la disfrutada por mí mismo (...)
Y es que el egoísmo no es natural en el ser humano
como bien demuestra la ciencia contemporánea. Según recopila Richard D.
Precht en su libro El arte de no ser egoísta, “(…/…) las recompensas
materiales vician el carácter. Quien es condicionado a hacer cosas con
contraprestación material lo tiene muy difícil después para
arreglárselas sin ella. Es evidente que la conexión entre disposición a
ayudar y recompensa material no está por naturaleza asentada en nuestro
cerebro. Lo que sucede es que en nuestra niñez somos condicionados a
ello y nuestro cerebro crea esa nueva conexión. Y una vez que está ahí
constituye ya un reflejo casi automático. En otras palabras: no nacemos
egoístas, nos hacen egoístas.”
Esclarecedor: nos hacen
egoístas, en la familia, en la escuela, en el medio social. Nos
programan para recibir recompensas por nuestro quehacer: premio para el
infante bueno que va asumiendo los roles e interioriza adecuadamente las
reglas legales y consuetudinarias para su conducta moral; alabanzas
éticas para el adolescente modelo que saca notas excelentes; promoción
laboral para la persona trabajadora que calla y otorga ante la orden
ejecutiva del empresario; la promesa del cielo para el creyente
resignado a su suerte que se deja sublimar por su hondo sentimiento de
culpa y dolor; aplausos histriónicos para el ciudadano entregado al
consumo de bagatelas y eventos vacíos de contenido.
Otro hecho
incontrovertible contra la naturalización interesada y doctrinal de la
propiedad privada y el egoísmo humano reside en que trabajar por
propósitos y objetivos comunes libera tiempo para otros menesteres,
pensar y reflexionar por ejemplo. ¿Cómo hubiera sido posible la
evolución en sofisticada complejidad de nuestro cerebro sin momentos de
paz, seguridad, cooperación, intercambio de experiencias y fantasías y
sosiego vital alrededor del fuego comunitario? (...)
Lo urgente,
en esa presunta conflagración bélica originaria, y la necesidad absoluta
no habría dejado resquicio a la socialización del conocimiento. Ese
darwinismo social alentado por las ideologías capitalistas de la
competencia feroz por riquezas materiales y estatus simbólico no viene
de serie ni en nuestros genes ni en nuestra historia. Pero de tales
presupuestos mágicos se nutre la realidad de nuestros días (...)
Y la paradoja máxima estriba en aquellas personas que nada quieren
tener, salvo su capacidad de vivir, aprender y convivir en mutua
solidaridad humana. De ellas no se dice que sean libres más bien se las
califica de indigentes y pobres. No tienen propiedades en exclusiva, no
pueden perder nada más que su conciencia, su libertad y su erotismo por
la vida. Y eso no se puede expropiar ni tiene precio tasado. De ahí que
sean tachados de locos o inútiles"
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