Altamente recomendable para este tema "Patas arriba. La escuela del mundo al revés" de Eduardo Galeano.
"La violencia se trata, sin duda, de un problema muy serio, el
abordaje del cual requiere hacer a un lado las frivolidades y
reduccionismos. Es cierto que la violencia, lo que los que tienen los
medios materiales asegurados llaman inseguridad, es y ha sido una
constante en Argentina y en Latinoamérica en general desde que nuestros
antepasados y los de nuestros vecinos lusos arribaron a sus costas. Sin
embargo, a lo largo de la historia, desde entonces, la violencia no la
ha ejercido de forma predominante el pueblo, sino los militares y el
Estado. La Guerra del Paraguay y Campaña del desierto a
mediados del siglo XIX y la dictadura de Videla hace apenas tres décadas
fueron sendos genocidios. En Argentina ha habido seis golpes de estado
encabezados por militares en el último siglo. Por supuesto, como en el
resto de países latinoamericanos, lastrados por la pobreza y las
desigualdades, herencia de su pasado colonial, en Argentina los pobres
agreden con frecuencia a los ricos o a los no tan pobres, y no sólo para
comer, como esperaría el europeo bienpensante que hicieran, una especie
de leitmotiv pseudocristiano mal destilado que nos lleva a comentar al
resto de comensales, cuando se aleja el mendigo, que no le hemos dado
una moneda porque seguro que se la gasta en vino. ¿En qué esperamos que
se la gaste con la vida-que-no-es-vida que lo determina, en montar una
start-up? A su vez, el Estado y la sociedad civil agreden sin cesar a
las capas desfavorecidas: en el hospital, en la comisaría, en los
barrios, con las coimas (sobornos), mediante la marginación, con el
lenguaje y la mirada. Se han vertido ríos de tinta para explicar este
fenómeno, que según algunos sería el motor de la historia, así que no
abundaremos aquí en ello. Sí interesa recalcar que lo que los medios de
comunicación de la derecha en Argentina (una abrumadora mayoría) han
repetido machaconamente durante los últimos años, con programas que
muestran intervenciones policiales en villas miseria o explican
escabrosidades aisladas hasta la náusea, ha surtido efecto: la clase
media argentina vive atemorizada (las clases altas viven protegidas en
barrios privados con su propia seguridad, lejos del mundanal ruido de
los pobres o “negros”, como les llaman todos los que no lo son). Esto
ocurre en un país en el que las estadísticas no muestran que la
“peligrosidad” en las calles se haya incrementado de forma significativa
en los últimos años, con la excepción de la ciudad de Rosario, en la
que se ha establecido una red de narcotráfico importante que ha dado
lugar a batallas territoriales y asaltos para conseguir dinero con el
que comprar droga. Y ya sabemos que la droga prolifera donde al poder
político y policial le interesa o no le importa demasiado, como es el
caso actual de Rosario y como lo fue en los ochenta con la heroína en
España, así como la violencia de los de abajo se extiende en los márgenes a los que el Estado ha soltado de la mano.
Pues bien, aunque la situación socioeconómica de las denominadas
clases medias en Argentina no es idéntica a la española o la del resto
de países de la Unión Europea, algo sí comparten: su situación
intermedia en la estratificación social, que en el plano ideológico la
hace desear parecerse a las clases altas y a la vez le provoca un temor
patológico a caer de nuevo en la poco glamurosa clase trabajadora o
proletariado, que en realidad no han abandonado nunca. Otro paralelismo
entre la realidad argentina y la europea: lo susceptibles que son las
capas medias a la instrumentalización del “Otro” para generar miedo. Sin
embargo, matiz: el auge de la extrema derecha en Europa, que
criminaliza a los inmigrantes, atribuyéndoles la culpa de una supuesta
inseguridad (si no, ahí están los atentados islámicos, las banlieues
parisinas en 2005 y las revueltas en Londres en 2011, nos dirá el
burgués asustado, que como decía Brecht es lo más parecido a un
fascista), cuyas causas, dicho sea de paso, han sido muy
superficialmente analizadas, así como se les atribuye en bloque la
pérdida de su empleo y de las oportunidades de prosperar (de mantener o
alcanzar el tan abstractamente reivindicado estatuto de “emprendedor”,
casi una entelequia en la realidad actual del sur de Europa), se los
execra por la “contaminación cultural con costumbres bárbaras”, etc,
este J’accuse! xenófobo, decíamos, no tiene como sujeto único
ni principal a la clase media (que, aunque comulga ampliamente con tales
acusaciones, todavía tiene reparos a la hora de expresarlo
abiertamente, al menos por vía verbal, no así electoral), sino
especialmente a la clase trabajadora. La explicación es sencilla. Sin
vínculos laborales, sindicales e imaginarios que los unan, los que peor
lo están pasando tras la irrupción del nuevo modelo europeo que llegó
para quedarse con la crisis del 2008, han aceptado la hipótesis
machaconamente repetida por todos los cauces sonoros, escritos o
visuales y han decidido unirse en contra de los que ahora están abajo. No es precisamente el encuentro con el otro que hubiera esperado Kapuściński.
En España, por el momento, pese a los CIEs que el Ministerio del
Interior se niega a cerrar, los cacareos estentóreos de siempre de la
Falange y acólitos, y algunos otros casos más o menos aislados (como
erigir una valla que incumple los requisitos mínimos en el uso de
materiales no lesivos exigidos por las instituciones internacionales de
derechos humanos o repeler a tiros a algunos “ilegales” que trataban de
ganar nuestra costa), el populismo de derecha con vetas racistas no ha
cobrado un poder relevante en la calle. Entre otras cosas, porque tal
ideología se encuentra entre las filas del PP, que tendría demasiado que
perder si diese abiertamente la cara. Es decir, en los últimos tiempos,
del racismo y la discriminación del extranjero pobre se ha encargado el
Estado, sin ayuda de nadie. La detención de manteros en Barcelona ha
desatado la indignación de buena parte de la ciudadanía, pero muchos
otros se han posicionado a favor de los comerciantes, que al parecer
estaban viendo cómo sus beneficios se veían mermados de forma
preocupante (¿por la competencia –seguro que Adam Smith no imaginaba que
su mano invisible fuera negra- o por la mala imagen, que ahuyentaría a
los potenciales compradores?). Es una lástima que sean manteros y no
alfombreros, porque así se matarían dos pájaros de un tiro metiéndolos
debajo de su mercancía basura, como la alfombra gigante extendida en
Turquía, bajo la cual los civilizados europeos han metido a decenas de
miles de seres humanos, favor que estamos devolviendo, entre otras
cosas, con un silencio vergonzoso frente a un autogolpe reaccionario. En
fin, somos clase media y tenemos nuestros derechos, entre ellos el de
asustarnos y obrar en consecuencia, aunque sea con violencia, como se
nos repite ininterrumpidamente, ocultándonos así que los que nos están
arrebatando nuestros derechos no son precisamente los de abajo, ¿verdad?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario