La existencia nos derrite a mares.
A mordiscos, en recortada sala de estar exangüe
de nadadores osos polares, oleaje en guerra.
Como un Himalaya derrotista en lo alto
negando sus favores a grandes ríos asiáticos:
cuerpo a tierra. No es que las guerras sean por el agua,
es que el agua nos ha declarado la guerra
sin cuartel de invierno, ni sirenas anti-aéreas.
Lloramos agua de mar desde el Cámbrico:
las próximas lágrimas serán de sangre, sin milagro,
descuartizados consulares de húmeda sierra.
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En las postrimerías del otoño nuclear
en los bosques industriales no cantan los pájaros,
las lluvias ácidas anuncian que se marchan
por una extraña temporada desvaídas del abrazo,
el armamento coloniza las costas estratégicas, las islas,
los mares asfixiados de sangre, el cementerio de los sargazos,
y los sargassum rizomáticos ya verdean, y las corales vaciadas
mueren de restos enmudecidos del naufragio.
A por el siguiente planeta virgen que ausculta el alba.
https://contradestiempos.blogspot.com/
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