Alberto Garzón:
"Es en la vida cotidiana y, sobre todo, en el conflicto,
donde se genera la subjetividad o conciencia de clase que permite sumar
fuerzas para ganar elecciones y para transformar la sociedad. Y es
verdad que la vida cotidiana se ve afectada también por las decisiones
institucionales, de ahí que reconozcamos su papel transformador, pero
sobre todo por vivencias que van más allá del sistema político en sí.
Aquí es donde podemos recuperar una de las correctas afirmaciones de
Pablo Iglesias que, a mi juicio, es muy necesaria: «la clave es
politizar el dolor». Como decía, es en el conflicto social (sea un
desahucio, un ERE o los recortes en sanidad y pensiones) donde emergen
las contradicciones más agudas entre el sistema económico y la vida
misma, y es precisamente ahí donde pueden surgir nuevas subjetividades,
es decir, nuevas concepciones del mundo y nuevos comportamientos
electorales. El punto central aquí es entender qué significa politizar.
Ya sabemos que la gente tiene dolor, como consecuencia del conflicto.
Ahora bien, politizar puede entenderse como el desplazamiento de ese
dolor al terreno institucional, como cuando el partido opera como simple
denunciante o incluso en tanto que, permítaseme el comentario, abogado defensor. O podría interpretarse politizar como el proceso por el cual el
dolor, que es primario, se convierte en compromiso político, es decir,
que asciende hasta la conciencia completa del fenómeno que causa el
dolor. A mi juicio, esta última interpretación sería la correcta
mientras que la primera sería caer en un error de institucionalización.
En definitiva, a mí no me parece suficiente ser altavoz de las
denuncias surgidas en los conflictos sino que hemos de ser intelectual
orgánico para explicar las causas últimas de esos conflictos. Es decir,
no se trata sólo de trasladar lo que sucede en la calle al parlamento
–que es, de por sí, un avance- sino de ir más allá y, además de ser el
conflicto mismo, ser capaces de explicar a los afectados y al resto de
la clase trabajadora que detrás del fenómeno del conflicto hay una
interrelación compleja de causas y responsables que tienen que ver con
el sistema económico capitalista y con su cristalización política en los
partidos del régimen.
De ahí que nosotros demos
extraordinaria importancia a la formación ideológica, algo abandonado
por la izquierda tradicional (entre otras cosas porque para las fuerzas
institucionalizadas la formación no es necesaria), pues entendemos que
necesitamos militantes y dirigentes capaces de explicar los conflictos
sociales. Esto está vinculado al tipo de organización, en tanto que una
fuerza institucionalizada no sólo no necesita la formación ideológica
sino que además genera dudosos incentivos para disputarse los puestos de
representación pública, haciendo caer a la organización en el
faccionalismo e incrementando sus tendencias oligárquicas.
Obsérvese que en nuestro país ya hemos presenciado ejemplos de estas
prácticas. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca, por ejemplo, no
es sólo la autoorganización de las víctimas de los desahucios y las
estafas hipotecarias. Más bien es un proyecto de defensa popular que ha
contado con dirigentes que han sabido ser conflicto
y al mismo tiempo explicar sus causas de tal forma que la rabia de la
víctima se elevaba a compromiso político –aunque este compromiso no
fuese estrictamente socialista.
Finalmente, el punto de fuga de todas estas reflexiones nos conduce a
la cuestión verdaderamente central: el proyecto político o proyecto de
país. Sin un proyecto de país, que es fundamentalmente contenido
político, no hay nada que transmitir en el conflicto ni nada que
transmitir tampoco en las instituciones. Sin un proyecto de este tipo
todos estos debates son estériles. Incluso podríamos haber aceptado que
las instituciones son altavoces y que la clave está ahí fuera, pero sin un proyecto de país que defender no hay coherencia ni estrategia posible.
Así, mientras la extrema derecha está ofreciendo una respuesta a las
condiciones materiales de vida de la clase trabajadora, y
desgraciadamente con notable éxito, la izquierda anda entretenida en
discusiones escolásticas sobre instrumentos y estrategias que provocan
que la clase trabajadora y el conjunto de la sociedad no esté
entendiendo qué se les ofrece (más allá, en el mejor de los casos, de
canalizar su rabia; por supuesto, efímera sensación).
En este punto, una advertencia. La mejor forma de repetir los errores
de la izquierda tradicional con la que no se identificaba el 15M es
deslizarse a través de la estrategia de eso que se ha convenido en
llamar populismo de izquierdas, y que tanto comparte con la práctica política carrillista. Ambas
estrategias son esencialmente tacticistas, aunque por diferentes
razones. La primera porque es alérgica a la definición y navega en un
mundo de significantes vacíos que se moldean a gusto del consumidor
-aunque el empacho es ya notable- y por lo tanto es incapaz de definir
un proyecto político en positivo. La segunda porque emplea un
pragmatismo mal entendido que le lleva a ceder todas sus posiciones a
cambio de mínimos –pero comodísimos- espacios de institucionalización.
Ninguna de estas estrategias comparte los rasgos que hemos descrito aquí
como necesarios"
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