"Para entender el fascismo alemán, debemos retornar a la Inglaterra de Ricardo”. Lo afirmaba Karl Polanyi en plena Segunda Guerra Mundial, golpeado por la brutalidad de los regímenes nazi-fascistas. Señalando David Ricardo —con Adam Smith, padre del liberalismo económico—, Polanyi relacionaba el violento siglo XX con los comunes privatizados, las fábricas de Manchester y el imperialismo colonial del XIX, cuando la utopía de los mercados autorregulados y la economía política agrietó las sociedades mundiales hasta hundirlas en la guerra y el totalitarismo. ¿Qué diría Polanyi en el siglo XXI? Quizá, que para entender el neofascismo populista de Trump, Bolsonaro o Casado-Rivera-Abascal, debemos poner la mirada en el Silicon Valley de Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y el resto de capitanes del capitalismo digital.
¿Quién agrieta las sociedades actuales y promueve la emergencia del neofascismo populista? Pues la economía que impone un nuevo orden económico, político, social y cultural mundial. Un modo de producción y reproducción sistémico —el capitalismo de datos— que rompe todas las barreras para la acumulación privada de capital. Que modela la subjetividad de las poblaciones a nivel psicológico, económico, político y cultural: el “capitalismo de vigilancia” (Shoshana Zuboff). Que subsume el vínculo social en el vínculo tecnológico: “el mundo como interfaz” (Ingrid Guardiola). Que busca monopolizar toda actividad humana, mediatizando la producción, la distribución y el consumo, sin aportar productividad y parasitando el capital riesgo: el “capitalismo de plataforma” (Nick Srnicek).
La hegemonía de Amazon, Facebook, Google, Uber o Airbnb fractura toda regulación colectiva (¿Seguridad social? ¿Impuestos? ¿Derechos laborales? ¿Sindicatos?), desorganiza la fuerza de trabajo, los sectores productivos, las culturas locales, las colectividades humanas.
Es la reinvención —ahora digital— de la utopía liberal de la sociedad de mercado, propulsada en el siglo XIX europeo como una novedad radical en la historia. Y que, ante su fracaso civilizatorio, tuvo que ser confrontada por una ola de legislaciones sociales y por el movimiento obrero socialista y anarquista, que actuó de contrapeso al nihilismo economicista y refundó el vínculo social con ateneos, sindicatos, mutualidades y cooperativas. Si —siguiendo a Polanyi— los estragos del liberalismo económico del XIX establecieron las bases del fascismo del siglo XX, ¿cuál es el impacto de la utopía liberal de hoy, encarnada por un capitalismo de plataforma forjado en las cenizas de la crisis? Cómo afecta a las poblaciones mundiales la imposición de un paradigma aún más individualizador?
La nueva gran transformación ha alterado profundamente las condiciones de vida y trabajo de millones de personas, con una violencia que ahora retorna de forma perversa. Frente a la soledad y el debilitamiento de las sociabilidades no digitales, frente a la aceleración y la disolución de las certidumbres, frente al miedo del individuo sin comunidad, hoy vuelve un colectivismo reaccionario y abstracto, que no cuestiona el poder sino que lo refuerza, que promete la salvación oprimiendo quien se encuentra inmediatamente por debajo, que idealiza una comunidad autoritaria, sin diversidad y con desigualdad, jerarquizada por el poder clasista, machista, racista, nacionalista de estado o religioso. Es, de nuevo, el fascismo: ahora subvencionado por la interfaz amigable del capitalismo digital y desregulado. Es la ultraderecha ultraliberal.
¿Qué fuerzas rompen la falsa bifurcación entre liberalismo económico y fascismo político, y crean hoy comunidades emancipadoras? ¿Donde se forja un nuevo colectivismo democrático y solidario?
Feminismos. El feminismo se erige en la gran barricada global frente al fascismo patriarcal, arma de guerra del hombre blanco y heterosexual que no quiere perder dominio y privilegios. Desde India a Argentina, de Kurdistán a Nigeria, de Ciudad Juárez a Iruña, las mujeres se levantan, son asesinadas y sobreviven a la contrarrevolución patriarcal. “Contrapedagogia al mandato cruel de la masculinidad” (Rita Segato), esbozo de una sociedad sin opresiones: “el feminismo está reconceptualizar el internacionalismo” (Verónica Gago). Si la horizontalidad y el apoyo mutuo entre mujeres refunda el vínculo comunitario, las huelgas feministas ganan derechos para todos. El ecofeminismo, además, es imprescindible para “torcer el rumbo del colapso ecológico de la civilización capitalista” (Yayo Herrero).
Municipalismo. Sea reorientando la administración local al servicio del bien común o desde organismos autónomos comunales, el municipalismo transformador fortalece las comunidades locales y promueve la autoorganización de base, conjuga alianzas mundiales para regular el capitalismo global y hace de contrapeso a la involución autoritaria de los estados. Democratiza la participación política e instituye nuevos derechos sociales: es antídoto y contrapoder a la ultraderecha ultraliberal. Sólo “una confederación global de ciudades rebeldes nos puede hacer salir de la espiral mortal del neoliberalismo” (Debbie Bookchin).
Cooperativismo. En 1970, el capitalismo emprendió una profunda reorganización para desarticular una clase obrera capaz de disputarle la hegemonía. De ahí nació la individualización de las relaciones laborales. Con la crisis de 2008, las infraestructuras digitales monopolistas del capitalismo de datos radicalizan la descomposición del trabajo y la producción, para reorganizarlas bajo su cadena de valor. ¿Cómo recomponer la producción social en una matriz emancipadora?
El cooperativismo —trabajo, consumo, vivienda, crédito, etc.— muestra una vía para mancomunar la creación y la distribución de la riqueza. Propiedad colectiva de los medios de producción social, gestión democrática y socialización del excedente, son bases para una economía social y solidaria donde el asociacionismo cooperativo, comunitario, mutualista —y también sindical— apúntale la democratización popular de la economía y la transición ecológica desde abajo.
Antirracismo. ¿Cómo el 1% más rico mantiene un control desproporcionado de la riqueza? Keeanga-Yamahtta Taylor responde: “Con un proceso de división y dominación, donde el racismo es una de las principales opresiones destinadas a este objetivo”. Para Ngugi wa Thiong'o, el racismo es un arma ideológica del capitalismo que promueve que los trabajadores blancos se sientan más identificados “con la blancura del capital que con la negritud del trabajo”.
Realidad psicológica, cultural, política y económica, el racismo se convierte en la principal palanca para llegar al poder de los movimientos reaccionarios y fascistas. Frente a la ruptura racista de la comunidad, los movimientos antirracistas y por los derechos de las personas migradas posibilitan una colectividad diversa y en pie de lucha contra las desigualdades basadas en la racialización"
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