Asier Arias:
"Tras la muerte de Chávez, se celebraron nuevas elecciones presidenciales en abril de 2013. Tan siquiera la confluencia de un recrudecido ataque mediático y la mímesis socialista ensayada por una oposición milagrosamente integrada lograron desbancar al heredero de Chávez, aunque su victoria fue mucho más estrecha que las de su predecesor. La oposición reaccionó con violencia a la derrota, tratando desde un primer momento de disponer los medios para alcanzar el poder sin pasar por las urnas. La arremetida de Capriles se prolongaría en la desmedida incitación a la violencia de López, miembro de una de las familias más poderosas de Venezuela.
Con López entre rejas y en medio de una orgía mediática, la oposición volvió a presentarse unida a unas elecciones, esta vez legislativas, en diciembre de 2015. La confluencia de una decena de partidos opositores lograría por primera vez imponerse al partido en el poder. En este punto surgen las tensiones que han conducido a la situación actual. Se denunciaron fraudes en las elecciones de diciembre. Aparecieron grabaciones en las que la secretaria de la gobernación del estado Amazonas compraba paquetes de votos opositores. El Tribunal Supremo declaró en desacato al órgano legislativo a causa de la negativa de éste a acatar su fallo y suspender a los tres diputados implicados. De haberlo hecho, la oposición hubiera perdido la mayoría absoluta cualificada en la cámara. Desde entonces, la oposición se ha negado a participar en las sucesivas elecciones legislativas y ejecutivas, optando en su lugar por el recurso a mercenarios en las calles y eslóganes estridentes en los medios. En este contexto, y aunque la oposición decidió no presentarse a las presidenciales, adelantadas a mayo de 2018, Maduro obtuvo en ellas 6,2 millones de votos, apenas un millón menos que en 2013. Lo curioso de este resultado es que la prensa española continúe incidiendo en la «abstención histórica en Venezuela» en lugar de indicar lo realmente reseñable: que la participación fue tan alta como en las típicas elecciones occidentales a pesar de que no se presentara la oposición.
Los zapatos que asoman bajo la cortina parecen seguir siendo los de López, que, tal y como informa la prensa española, ha conseguido mantener «viva la llama», motivo por el cual «hoy todos reconocen su parte del mérito» (...)
Observando escrupulosamente los señalados principios, los medios españoles se han limitado durante dos décadas a alimentar la clase de propaganda corporativa que cabía esperar de un país cuyas multinacionales –incluyendo las mediáticas, encabezadas por el grupo Prisa– tienen enormes intereses económicos en Venezuela. El espectro de opinión es de este modo tan estrecho que pasar de uno a otro de los cuatro periódicos más leídos del país supone, meramente, deambular por el laberinto de la retórica estridente, la ausencia de fuentes relevantes y la objetividad en la transmisión de notas de prensa estatales o corporativas.
A nadie extraña que los artífices de sucesivos golpes militares y guerras en Oriente Medio y Latinoamérica instiguen una nueva guerra civil. Los periodistas españoles debieran tener la suficiente altura moral como para detestar la idea de hacerse cómplices de las miles de muertes que esa guerra podría causar. Tampoco estaría de más que nos cupiera atribuirles la suficiente altura intelectual como para suponerles capaces de comprender que ello no equivale a «apoyar al ‘régimen’ de Maduro».
Estar del lado de la democracia y del pueblo venezolano puede significar muchas cosas, pero desde luego no puede equivaler a forzar un resultado electoral: «si votáis a nuestro candidato, os levantamos las sanciones». Esta presión exterior para el «cambio de régimen» no sólo es ilegal desde el punto de vista del derecho internacional, sino que ha resultado, una y otra vez, primero en miseria y luego en violencia. Estar del lado del pueblo venezolano sólo puede equivaler hoy a alzar la voz contra su estrangulamiento económico. Los periodistas demócratas contrarios a Maduro deberían aborrecer la idea del «cambio de régimen». Un demócrata votante del PP no puede desear –a menos que renuncie al adjetivo– que el PSOE salga del gobierno en el contexto de la constricción económica y la amenaza militar alemana. Es difícil concebir una idea más absurda, y es triste verse en la necesidad de hacer explícita semejante clase de truismos. Los demócratas contrarios a Maduro pueden –y quizá deban– abogar por un nuevo adelanto de elecciones, escenario nada inverosímil si no estalla una guerra civil. Pero antes deberían sugerir al pueblo español que exija al Estado español la defensa incondicional del derecho internacional, el cese de las amenazas militares y el levantamiento de las sanciones, porque aquel adelanto sólo tendría sentido con «garantías», y es claro que sin estos requisitos previos resulta absurdo hablar de «garantías». Si se defiende que las elecciones de mayo fueron ilegítimas porque no fueron libres, como se ha repetido insistentemente, resulta incomprensible que se suponga que en las actuales circunstancias puedan celebrarse elecciones «libres».
Lo ridículo no es que Maduro haga referencia a las obvias injerencias exteriores, sino que la prensa le ridiculice por su «habitual retórica del enemigo exterior». De hecho, apenas instalada en la Casa Blanca, la administración Trump comenzó a amenazar con intervenir militarmente en Venezuela"
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