"Los sistemas-mundo tienen tres temporalidades. Se constituyen y esto necesita explicarse. En segundo lugar, son estructuras estabilizadas y funcionan según las reglas sobre las que se fundan. Y en tercer lugar, las reglas por las que mantienen su relativa estabilidad dejan de funcionar eficazmente y entran en una crisis estructural.
Hemos estado viviendo en el sistema-mundo moderno, que es un sistema-mundo capitalista. Actualmente estamos en la tercera fase de su existencia, que es la de la crisis estructural.
Durante la fase previa, la de estructuras estabilizadas o normal, había un gran debate en la izquierda sobre cómo se podría conseguir el objetivo de destruir el capitalismo como sistema. Este debate se dio tanto dentro de movimientos creados por la clase trabajadora o proletariado —como sindicatos o partidos socialdemócratas— como dentro de partidos nacionalistas o movimientos de liberación nacional.
Cada bando en este gran debate creía que su estrategia y sólo la suya podía tener éxito. De hecho, aunque cada bando creó zonas en la que parecía tener éxito, ninguno lo tuvo. Los ejemplos más dramáticos de presuntas historias de éxito que resultaron ser incapaces de evitar el impulso hacia la vuelta a la normalidad fueron el hundimiento de la Unión Soviética por un lado y el hundimiento de la revolución cultural maoísta por otro.
El punto de inflexión fue la revolución mundial de 1968, que se caracterizaba por tres rasgos: fue una revolución mundial ya que acontecimientos análogos ocurrieron por todo el sistema-mundo. Todos rechazaban tanto la estrategia orientada al Estado como la estrategia cultural transformadora. Era un asunto que decían que no era ‘o uno o el otro’ sino más bien ‘tanto uno como el otro’.
Finalmente, la revolución mundial de 1968 también fracasó. Sin embargo llevó al fin de la hegemonía del liberalismo centrista y de su poder para domar tanto a la izquierda como a la derecha, que fueron liberadas para volver a la lucha como actores independientes.
Primero, la derecha resurrecta pareció prevalecer. Instituyó el Consenso de Washington y lanzó el eslogan de TINA (“no hay alternativa”, por sus siglas en inglés). Pero la desigualdad social y de renta se hizo tan extrema que la izquierda se reactivó y limitó la capacidad de Estados Unidos de mantener o restaurar su dominio.
El regreso de la izquierda a un papel principal también terminó velozmente. Y así empezó un proceso de oscilaciones salvajes, un rasgo definitorio de una crisis estructural. En una crisis estructural, la izquierda necesita seguir una política de buscar a muy corto plazo el poder estatal para minimizar el dolor del 99% de la población. Y a medio plazo buscar una transformación cultural de todo el mundo.
Estas actividades aparentemente contradictorias son muy desconcertantes. Son, sin embargo, la única manera de llevar a cabo la lucha de clases en los años que quedan de crisis estructural. Si lo hacemos, podemos ganar. Si no, perderemos"
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